Pese a las advertencias de las dos figuras más influyentes en la vida del pueblo dominicano en el siglo 20, Rafael Trujillo, y Joaquín Balaguer, por haber gobernado 52 años la nación, hemos condenado su futuro a tener que luchar con las consecuencias de esos dos males citados en el epígrafe.
Pocas veces se ha detallado el futuro abrumador de un pueblo, y que puede catalogarse de profecía, sobre la realidad que se está perfilando objetivamente ante nosotros y el futuro colectivo que podemos afirmar que los dos personajes precedentemente citados, estuvieron demasiado dotados, si cabe, de la necesaria aprensión ante la posibilidad que después de ellos caeríamos en manos irresponsables que con precipitación llevarían el país a adelantar los tiempos: el futuro ya está aquí.
Ahora venimos lidiando con una abundancia de una realidad por aquellos pioneros en advertirlo, que nos impactará negativamente. Se apoyaron en sucesos reales lo suficientemente verosímiles para que pudieran considerarse como un ejercicio de verdad y no de autocomplacencia. No fueron estimaciones caprichosas en el contexto histórico de los hechos, ni de demagogia.
Hoy la soberanía agonizante yace sobre la mesa de operaciones por la catastrófica política migratoria que ha contribuido a la haitianización, pues se ha ido abriendo paso un perverso estilo de tolerancia mientras se pretende hacer ver al ciudadano con imágenes típicas de un malabarista de circo, que se aplican medidas serias, cuando no son más que piruetas asociadas al titubeo y a los pasos furtivos de un Gobierno que se ha cebado en el mal de la propaganda, el discurso y la fotogenia.
Pero donde justo ha llegado ya de verdad el futuro es con el endeudamiento irresponsable que se ha colocado en la “espalda” de la República como una pesada losa, núcleo central de nuestras dificultades, y que junto a la entrega de la soberanía territorial terminará hundiendo el país.