El martes pasado quedará en la memoria de las dominicanas, como el día que rompió los esquemas de una cultura de dolor y atraso, que mantenía a la R. Dominicana en un reducidísimo grupo de media docena de países que penalizaban absolutamente la interrupción del embarazo, fuera por la causa que fuera, aún en peligro de vida de la mujer, o los producidos por violación e incesto, o aquellos en que el feto presentara una malformación incompatible con la vida. Una diversidad de interpretaciones surgen frente a la decisión de los diputados y diputadas al aprobar las observaciones del Presidente Medina y a la vez, adoptar una propuesta concreta, acción que mostró la debilidad de una institucionalidad más discursiva que real.
Y no solamente eso, el forcejeo político que antecedió a la decisión del 2 de diciembre, dejó ver un Poder Ejecutivo con poco apoyo de su propio partido, defendiendo el derecho de las dominicanas a decidir en situaciones específicas por su integridad. Muchas lecciones frente a esta histórica decisión, ejecutada con más miedo que vergüenza, por un Congreso que aún actúa desde la defensiva que produce el miedo y la debilidad por la ausencia de ideales políticos democráticos claros. Discursos amarillentos por el tiempo y el desfase, pero también testimonios valientes.
El respeto al sector ultra conservador, ya cuarteado en los últimos dos años, perdió la batalla a pesar de mantener una presión y chantaje permanente, muchas veces impío e irreverente y esta vez, las oraciones fueron infructuosas. La sociedad entera entendió e hizo el balance necesario para los resultados. Las mujeres, apoyadas por primera vez por un Presidente en este país, hubiéramos querido terminar desde un procedimiento parlamentario por la regla, realizado con entereza, porque debió hacerse mejor.
Interpretamos que al aprobar las observaciones, se aprobaron las tres eximentes propuestas por el Poder Ejecutivo, por lo que trabajaremos para que la ley especial sugerida por Danilo Medina y aceptada por la Cámara de Diputados, reglamente dos, la interrupción del embarazo cuando es fruto de una violación o de un incesto, y cuando hay una malformación fetal que es incompatible con la vida.
Alguien dijo que vivimos una guerra no declarada contra las mujeres y las niñas, la guerra más duradera, injusta y absurda contra el derecho a nuestro propio cuerpo. Como dice la española Nuria Varela, “ya es hora de dejar de creer los mitos y las ideologías dogmáticas que defienden que la desigualdad entre hombres y mujeres es natural, histórica y, en consecuencia, irremediable”.