Opinión

Erice

Erice

A cierta hora la montaña revela sus secretos y lo que oculta detrás de las plantaciones de olivo, limonales y amarillas Sangre de Cristo. Doce rostros se perfilan, mirando al mar y una sirena. Un trinar de pájaros ensordece y aparecen de pronto bandadas de gaviotas revoloteando entre la adusta roca y el jardín de una sobria y vasta gama de verdes.

¿Qué quiere decirme la montaña cuyos ocultos rostros se revelan?

Quizás que el ser humano es algo más que una bestia que piensa, que a la gente le hace falta la belleza, la tradición, la magia. Fácil de decir cuando se visita una villa a 776 metros de altura, construida en la cima de una montaña que se cree centro de culto de Astarté, luego Afrodita y después Venus, y es hoy lugar de peregrinación de millares de turistas.

Erice de los Punos, Griegos, Romanos y Normandos que convirtieron el antiguo altar en Monte San Juliano, un paraje que comprende los municipios de Valderice, Buceeto Palizzo y Custonaci San Vito Lo Capo, en Sicilia. A esta vía medieval se asciende en funicular, con una panorámica de montañas cuadriculadas con viñedos y olivares, que quita el aliento.

Allá llegue un tres de junio, ignorando que era el aniversario de la coronación del rey Federico III de Aragón, para entrar por la puerta grande al Medioevo…El empedrado de las calles es del siglo quince y la arquitectura abarca los siglos 16 y 17. Las callecitas son estrechas y de balcón a balcón conversan las señoras, entre flores y justo debajo del escudo de armas de su familia. Las casas miran hacia dentro donde lo patiecitos interiores rebosan hortensias de todos los colores rosales y geranios.

El resonar de redoblantes y el sonido de flautas nos alerta. Un despliegue de banderas ondeando al ritmo del redoble anuncia el comienzo del desfile de los munícipes de los Cantones aledaños, cada uno con sus acróbatas, banderolas, músicos, sus guardias con armaduras y cascos.

Todos los trajes son a la usanza; abundan los brocados multicolores, los encajes, las perlas, las diademas. Cada castillo desfila con su Señor y Señora, pajes y jóvenes damas, la tradición medieval encarnada en cada hombre y mujer, destilando orgullo y su tradición en cada joven que lanza las banderas al aire y las apara.

Hechizada, me siento en medio de unos cuentos de Hadas cuando recibo una llamada desde Santo Domingo: “El gobierno ha renegado de nuestra tradicional solidaridad con Venezuela en función del apoyo estadounidense a su próxima reelección”.

Un dolor agudo me devuelve a mi realidad. Trato de concentrarme en la montaña, pero los doce ya se han ido.

El Nacional

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