Opinión Articulistas

Estereotipar

Estereotipar

Pedro P. Yermenos Forastieri

Su decepción fue profunda cuando le informaron que viajaría con él en misión de trabajo. Apenas lo había visto en contadas ocasiones que, por escasas, no resultaban suficientes para arribar a una conclusión por sí misma.

Sin embargo, eran tan negativas las cosas que había escuchado que, unidas a una pésima primera impresión, sirvieron para construir de él un estereotipo del que salía muy mal parado.

Debido a todo eso, la ilusión que tenía a causa de la jornada que por primera vez llevaría a cabo, quedó arruinada cuando supo que aquel personaje sería su acompañante.

Estaba persuadida de que se trataba de un ser detestable; que se creía poseedor de la verdad absoluta; que despreciaba la opinión ajena cuando no coincidía con la suya.

En fin, todo un narcisista que se deleitaba contemplando su figura reflejada en el espejo refulgente de su megalomanía.

Con esa actitud partió al aeropuerto donde debían encontrarse.
Una tensión casi incontrolable la dominaba, con la agravante de que no era posible marcar distancia de quien tendría a su cargo la dirección de la labor a ser emprendida.

Su confusión se inició apenas saludarse. Quedó impresionada con la forma respetuosa y amable con la cual la recibió. A causa del impacto producido, fue tímida al reaccionar. Supuso que se trataba de algo transitorio, por lo que no se forjó mayor esperanza.

Lejos de ser así, su desconcierto crecía en la misma medida en que se reiteraba un trato que nunca le habían dispensado, menos alguien de género opuesto al suyo. No hubo un detalle que dejara al descuido. La acompañaba de forma permanente; le hacía llamadas despertadoras; la acomodaba cuando procedía a sentarse; le abría las puertas de los automóviles; reconocía el valor de sus criterios; la estimulaba a participar en los debates y la felicitaba cuando calificaba de positivas sus intervenciones.

Aquella misión de tan mal pronóstico se convirtió en una experiencia que empezaba a ocupar sus pensamientos y al transcurrir de los días, no le quedó más opción que admitir, ante su más recóndita intimidad, que había empezado a percibir sensaciones desde su condición de mujer.

La primigenia aversión al acompañante impuesto derivó en ansiosa espera de momentos compartidos con alguien que tocaba sensibles fibras de su feminidad.

La noche del baile de despedida, sintiendo de cerca su olor fascinante, quedó convencida de que algo especial había despertado en ella aquel hombre maravilloso.