Semana

Estrella

Estrella

*
Estrella vive en un pueblito entre la montaña y el río. Sus delicadas y largas manitas casi pueden ver, saben cómo es el agua del río y la yerba fresca de la montaña. Su madre, llamada Juana le describía todo alrededor.

-Estrella, el agua es incolora.
-Sí, mamá. Mis manos la pueden sentir, pero no sé si es clara u oscura.

Antes de que la madre se acongojara, le preguntó:
-Hábleme de la montaña, mamá.

-Mi hijita. La montaña es mucho, pero mucho más grande que yo, pero no más linda que tú.
Dejando escapar una sonrisa, con su cabeza dirigida al rostro de la madre, Estrella pensaba:
-Me siento mal cuando la gente me dice: ¡Qué cieguita tan linda! Pero cuando mamá dice que soy linda, sé que esas palabras vienen de un lugar donde se escucha un ¡Pum! ¡Pum! suave en el pecho.

-Sí mi hijita, aquí donde tienes tu mano es donde está el corazón.

***
Un día mientras la niña se perdía en sus pensamientos de cómo debería ser el río y la montaña, escuchó una voz muy diferente a las de sus familiares. Era la nueva maestra del pueblo, la señorita Lucrecia, joven bondadosa que se preocupaba por conocer la familia de sus estudiantes.

-¡Buenos días! soy la nueva maestra –dijo y Estrella sin levantar el rostro respondió:

-¡Buenos días! –y llamó a la madre:
-¡Mamá aquí está la nueva maestra de la escuela!
-¡Buenos días, maestra! ¡Pase, pase, por favor.

La señora Juana y la profesora Lucrecia hablaron de los ocho hermanos de Estrella.

***
Llegó el lunes y temprano en la mañana en la casa se escuchaban niños corriendo, ruidos de objetos y movimientos de platos, cucharas al desayunar.

-¡Estos muchachos si dan vueltas! –Dijo la madre-. Ya no les digo dos veces que se preparen para ir a la escuela.

Estrella escuchaba con atención, mientras sus manos, sobre la mesa, percibían todos los movimientos en la casa. Cuando ya no se escuchaban las voces de sus hermanos, buscaba la pared con las manos y continuaba caminando. Sus pisadas se llenaban de lágrimas que su madre podía ver. Al final de la pared estaba un envase grande, frío, de textura áspera. Primero, escurría su cuerpecito y luego la cabeza entre la pared y el objeto.

La madre la buscaba por toda la casa y al encontrarla acongojada esperaba que sus lágrimas se secaran en su rostro.

-Mi hijita, ¡por fin te encontré!
Con voz dulce le preguntaba:

-Pero mi pequeña, ¿qué te pasa? –acariciando su cabeza. Entre sollozos Estrella respondió:
-Quiero ir a la escuela con mis hermanos, mamá.

***
Al pasar el tiempo ya el cuerpo de Estrella no se podía escurrir detrás de la fría tinaja. Ya no podía esconderse más y la niña pidió a su madre que le permitiera que los ojos de sus hermanos les indicaran el camino de ir a la escuela.
La autora es escritora
y educadora.

El Nacional

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