El punto de inflexión de todo lo que nos ha conducido a la sangrienta invasión que Vladímir Putin ejecuta sobre Ucrania fue la revolución de la dignidad, el Euromaidán, que hirió sensiblemente la megalomanía ultranacionalista del autócrata ruso.
Se tomó a pecho lo ocurrido con el presidente Viktor Yanukovich, porque su huida del poder, no la leyó sólo como un rechazo de los ucranianos a la incompetencia y la corrupción que se le atribuía, sino como un acontecimiento anti ruso, y él, que se siente misionado al rescate de la grandeza imperial de su país, decidió que iban a odiar lo que hicieron en ese Eruomaidán.
Para demostrar quién es el fuerte invadió y se quedó con la península ucraniana de Crimea, e intensificó el apoyo a las dos provincias rebeldes del Donbas que se habían declarado independientes, y con las advertencias que traslucían la materialización de esas acciones, consiguió los acuerdos de Minsk.
Pero aún sentía que la concesiones alcanzadas no eran suficientes: quería que Ucrania reconociera como ejército regular a los integrantes de las fuerzas rebeldes y que Rusia, fuera mediador de un acuerdo del que era parte. Ucrania, por su lado, aspiró a democracia en las provincias rebeldes, que pudieran coexistir las fuerzas políticas identificadas con Rusia y las que habían sido proscritas por su identidad ucraniana.
Y el que no se le complaciera más allá de los acuerdos de Minsk empezó a invocarlo como irrespeto y provocación a Rusia, por lo que empezó a montar toda la parafernalia militar de una ocupación sobre la que Ucrania era la primera en dudar, porque si bien es cierto que aspira a actuar libremente como un país europeo, sabe que eso no puede hacerlo a contrapelo de Rusia.
Diez años antes del Euromaidán, Ucrania tuvo un gesto que demuestra claramente que no representa ningún peligro para la seguridad rusa: el Memorándum de Budapest mediante el cual se desprendió de su arsenal nuclear y no lo puso en manos de ninguna potencia rival de Rusia, sino en manos de ésta, a cambio de lo cual, la antigua patria común se comprometía a respetar la soberanía de Ucrania.
Se puede citar como un error de Ucrania el haber suscrito un pacto de colaboración, no de afiliación con la OTAN, pero lo hizo después de suscribir un pacto de amistad y convivencia con Rusia, que la compromete a no permitir el uso de su territorio para acciones militares adversas a la gran potencia euroasiática.
Las verdaderas razones de la invasión contra Ucrania están en el hecho de que la percibe desarrollándose en base a una mayoría étnica no rusa, y entiende que la seguridad de Rusia frente a occidente, está en que sus países fronterizos sean satélites raciales.
No encontrando diferenciaciones ideológicas ni religiosas para este conflicto, hay que buscarlas en los sentimientos que identifica Francis Fukuyama, en su obra “La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento”: thymós, isotimia y megalotimia.
Hay un pueblo, el ucraniano, pagando con su sangre el anhelo de ser reconocido como una nación pacífica e independiente, respetada por lo que aporta a la economía mundial en distintos renglones.