Opinión

Evo: fracaso de un ego

Evo: fracaso de un ego

Sorprenderá este título, ahora que militares y policías masacran a poblaciones indígenas en Bolivia y las naciones indígenas de norte y sur América observan con horror e indignación lo que le acontece a uno de los suyos.

Empero, les confieso que cada vez más me horroriza la responsabilidad de ser líder político, porque creo que la generalidad no entiende la inmensa consecuencia que conlleva un solo error que cometan. Son miles de vidas las que se pueden perder, de gente sencilla, honesta, patriota, sacrificada, solo por un error de ego, un acto de soberbia, un creerse indispensables.

En el caso de Evo, lo inteligente hubiese sido que le cediera la candidatura presidencial a David Choquehuanca, líder sindical aimara, que aprendió español a los siete años y fue creciendo de manera extraordinaria en su formación personal y en su liderazgo nacional hasta convertirse en el Canciller de Bolivia, entre el 2006 y 2017, y en el Secretario General del Alba. No podía ser el vicepresidente de Bolivia, uno de los intelectuales y analistas sociales más brillantes del continente, quien sustituyera a Evo, porque el vice no representa a las poblaciones indígenas que son en ese país el 63% de la población.

Empero Evo cayó en la trampa de todos los lideres alternativos de creerse insustituible e “hizo muy fácil que las fuerzas que siempre conspiran y acechan, y que están muy bien orquestadas y con asistencia internacional, actuaran”.

Porque el problema es, cuando los lideres hacen del poder y no del desarrollo de liderazgos alternativos en su organización y del crecimiento de la gente, de su facultad o “empoderamiento” su meta, entendiéndose a sí mismos como un canal, un medio, y no un fin.

Porque el problema es, cuando el poder se convierte en un mecanismo de control, de compensación personal, de voluntarismos, de vendettas, de autosignificancia social, y la nación pasa a ser un discurso del que reniega su praxis.

Nelson Mandela no dudó en retirarse, después de conducir a su país a una victoria contra el racismo, cuando todos querían deidificarlo. Lo único que quiero, dijo ese hombre que aprendió a valorar la maravilla de estar vivo después de 29 años en prisión, es casarme con la mujer que quiero y rodearme de niños, lo cual hizo en Mozambique, con la viuda de Samora Machel.

El entendió que había que dejarle espacio a otros y otras, aunque se equivocaran, porque como decimos las mujeres el único derecho al que aspiramos es el derecho a equivocarnos, como lo han hecho y hacen los hombres todos los días.
Y entendió que no somos una monarquía, sino una construcción de democracia y libertad.

El Nacional

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