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Facebook y el sentido del ridículo

Facebook  y el sentido del ridículo

Antes el dilema era ser o no ser, en ese trozo de frase se ejemplificaba el sentido de la vida. Shakespeare nos legó ese sentido existencial y por eso nos deslizábamos para encontrarle la esencia al ir y venir de los días de los hombres y las mujeres sobre la Tierra.
Pero con la llegada estrepitosa del Internet y todo lo que lleva deriva: Facebook, Instagram, redes sociales, Twitter, el sentido ahora es otro, y no tiene nada que ver con un sentido humano. No, el sentido ahora es tecnológico.

Por la exhibición y el comportamiento que tienen muchas personas respecto a las redes sociales, tal parece que no tiene sentido una vida sin esa conexión permanente, sin ese enganche eterno. Quien está conectado a Facebook, por ejemplo, por sus actitudes, en ocasiones parece una vedette, y quien no lo hace, está condenado a ser comparado o parecer un dinosaurio.

Hay quienes exponen su vida al detalle en Facebook, hay quienes cualquier acontecimiento nimio de su existencia lo colocan en aquella página. Sienten que no exponerse es desaparecer, sienten que no aparecer allí es estar destinado a un cruel olvido.

Sienten placer al sentirse mirados, al sentir que sus actos son contemplados por otros.
Si en el pasado el voyerista era una categoría que llamaba la atención, ahora el exhibicionista a grado extremo, aquel que hace un “striptease” de su vida a diario, es el que genera atención, es el que tiene placer al desnudarse.

De ahí que en ese afán por la permanencia, muchos pierdan el sentido del ridículo, y caigan en la tentación de exponerlo todo, de contarlo todo, de enseñarlo todo, de todo que lo piensan y consideran vomitarlo de inmediato sin que pase por el más mínimo cedazo.

Anteriormente el ser humano se recogía en su intimidad, se recogía con sus secretos. El individuo o la persona de este tiempo se solazan en promocionar sus cosas, y promocionarse así mismo. No hay límites para la exhibición. No hay muro de contención para el tipo de cosas sobre ellos exponen.
Si el hombre necesitaba anteriormente el sentido común para poder tener cierto decente desempeño en la vida, ahora, vistas las tendencias, para navegar y convivir en una red como Facebook hay que perder el sentido del ridículo para poder tener vigencia.

Y es que el uso que algunos hacen de él lleva a pensar que el sentido del ridículo se ha perdido. Me expongo y luego existo. Soy porque me he expuesto ante la mirada ajena como un bicho.

Si el selfie es el símbolo del ego, la colocación de la vida y los actos de las personas en las redes sociales, es el símbolo de una tendencia enfermiza a exponerse. Anteriormente el voyerista obtenía el orgasmo y la satisfacción plena al mirar, al contemplar: se encadenaba al otro.

La situación ahora es más complicada. Saberse mirado, contemplado, saber que se está exponiendo es lo que desencadena en este nuevo ser, el estremecimiento, el más profundo de los placeres.
Y esa búsqueda por exponerse a como dé lugar, a que el otro sepa de nosotros y nuestras cosas, a que sepa de nuestras miserias y cotidianidades, hemos perdido el sentido del ridículo. Si no tener sentido común crea problemas, el no tener sentido del ridículo, es patético. Pero, como están las cosas, eso no importa ya mucho.
El autor es escritor.

El Nacional

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