Su pasión era el mundo electoral. Desde la universidad, donde estudiaba Derecho, la materia que más le gustaba era la impartida por ese prestigioso profesor que había estudiado en Italia y que intentaba estimular en sus alumnos el interés por una asignatura apenas conocida en el país.
La férrea dirección de la nación, caracterizada por mecanismos dictatoriales o autoritarios y que, en consecuencia, impedían celebrar certámenes electorales auténticos, determinaba que el derecho electoral no fuera más que un recurso teórico de imposible ejecución en territorio donde no se llevaba a cabo una real competencia política. Todo se reducía a una mascarada que dotara de ropaje institucional la materialización de las ansias de perpetuación de los jefotes de siempre.
Pese a todo, su amor por esa rama, que ni siquiera era valorada con matices de autonomía dentro de las ciencias jurídicas, no cesaba, y se aferraba a la idea de que, más tarde o más temprano, los conocimientos que estaba adquiriendo tendrían vigencia en un escenario distinto. Con el advenimiento de la democracia, se convenció de que se abrían las posibilidades para que su sueño empezara a transitar el camino de la realización.
Se inició en espacios limitados de la dinámica electoral. Su formación y la responsabilidad que ponía en su trabajo, fueron ofreciéndole oportunidades que no pararon de crecer. Por ese ascenso notable en su trayectoria, alcanzó un lugar cimero en un importante organismo del sector, que lo llevó a asumir roles trascendentes tanto en el ámbito nacional como extranjero.
Fue convocado para un importante evento en Centroamérica que le generaba mucha ilusión.
Presidiría una misión de observación electoral en un certamen de gran impacto no solo donde se celebraría, sino a nivel regional.
32 días antes del compromiso, le realizaron la segunda cirugía de las cataratas que afectaban su visión.
Como era lógico, comunicó a su médico la cita que tenía en corto tiempo. El galeno opinó que, para esa fecha, estaría realizando su vida normal y le autorizó a viajar.
Así lo hizo.
Se trasladó, feliz, a cumplir uno de sus sueños.
La madrugada del siguiente día de su arribo, sintió una arenilla recorrer sus córneas. Se inició un dolor tan intenso que hubo que llevarlo de emergencia al hospital con un ojo vendado y gafas oscuras porque no resistía un rayito de luz.
Hubo que improvisar su sustituto y, de esa manera, quedó frustrada tan anhelada experiencia.