Desde el inicio de la gestión de gobierno se ha venido maniobrando para crear una tormenta: promover con frenesí renovador la transparencia, el cambio, y una gama de reformas en momentos en que era desvelada una gigantesca red de corrupción en el gobierno peledeísta. Con ese esperanzador propósito se hicieron grandes alardes de organizar un ambiente de cambio en profundidad, y para tales fines se reinventaron el Ministerio Público independiente y someter reformas al CES (Consejo Económico y Social).
Poco se ha logrado. Sin embargo, lo que se ha considerado un verdadero terremoto han sido las reformas a la Constitución, fiscal, laboral, y la seguridad social; también el reordenamiento de varias dependencias para una mejor racionalización del gasto público mediante la fusión y la extinción de otras instituciones. Asimismo, se agregan restricciones en nóminas, no fiestas, ni bonos, viajes ni vehículos, etc., y nos preguntamos, ¿soportará esta democracia clientelista ataque tan frontal?.
A decir verdad, lo que se lograría parece mínimo para tanto sacrificio pues los funcionarios responsables de la aplicación han señalado que no habría una reducción en sí del gasto, sino reducir el endeudamiento lo que implica que el «ahorro» es para redistribuirlo en los demás organismos. Indudablemente que las reformas dejan un debate saludable y necesario, pero como instrumento para satisfacer el capricho o subestimar a los opositores conlleva peligros.
El riesgo de deslegitimar la Constitución que, paradójicamente, se pretende mejorar, por falta de consenso social y político favorable se incrementa pues se ha ninguneado a las organizaciones políticas por su falta de representatividad (congresual y municipal). Ninguna reforma constitucional es deseable sin un amplio consenso porque siempre quedan sombras de dudas.
Por ello, sólo alcanzamos a apreciar que el Gobierno quedará entrampado en el propio escenario que ha creado y terminará en el espectáculo de pretender hacer una «revolución reformadora» cuyo único logro será una contrarrevolución. Es decir, un resultado incierto, porque lo que subyace en todo esto es una obsesión.