DAJABÓN.- En medio del bullicio comercial de esta ciudad fronteriza, un grupo de artesanos mantiene viva una tradición que ha endulzado generaciones: la elaboración artesanal de dulces criollos.
En calles, portales y frentes de casas es común ver a hombres y mujeres ofreciendo frascos y porciones de sus productos, elaborados con paciencia y dedicación. Cada dulce encierra una historia de trabajo, identidad y orgullo local.
Sabores que cuentan historias
Los productores de dulces en Dajabón elaboran sus recetas con técnicas manuales y conocimientos transmitidos de generación en generación, utilizando ingredientes naturales como frutas locales, azúcar y especias, cocinados muchas veces con leña para conservar su sabor tradicional.

Entre las variedades más populares se encuentran los dulces de cajuil, cajuil con leche en almíbar, coco, coco con leche o coco tierno, naranja, naranja con leche, leche, piña, piña con leche en almíbar, lechosa, cereza y guayaba, todos elaborados sin conservantes ni aditivos industriales.
Estos productos son más que un simple postre: representan una tradición cultural que genera sustento y orgullo. Para muchas familias, el dulce es una fuente de ingresos y un símbolo de superación personal.
Higiene y cuidado artesanal
La preparación de los dulces comienza con la limpieza minuciosa de los utensilios y materiales.
Las yaguas donde las comerciantes exhiben algunos de sus productos son lavadas con agua caliente, garantizando higiene y seguridad en cada presentación.

Este detalle, aunque sencillo, refleja el respeto que los productores sienten por su oficio y por quienes disfrutan de sus creaciones.
Historias de esfuerzo y superación
El señor Eustacio Fernández contó que trabajó durante años en una fábrica de dulces, donde aprendió el oficio y adquirió la experiencia que luego le permitió emprender su propio negocio.
“Dios nos da todo, pero tenemos que hacer el esfuerzo”, expresó con convicción.
Su testimonio refleja el espíritu de quienes, con trabajo y perseverancia, sostienen una tradición que resiste el paso del tiempo.
Por su parte, María del Carmen Torres relató que lleva 26 años dedicada a la producción de dulces, siendo el de coco tierno el más solicitado por sus clientes.}


“Con amor y cariño todo se puede. A mí me enseño una comadre y yo continúe ejerciéndolo” dijo.
Pero también quiso empoderar a mas madres diciendo “Para sacar adelante a los hijos no es necesario hacer cosas malas. Yo a mi hija la eduqué y la hice profesional, y fue con la venta de los dulces”, contó con voz firme.
Agregó que la elaboración de estos manjares involucra a toda la familia: ella prepara los dulces, su hijo mayor se encarga de las ventas y su esposo compra la leche y otros ingredientes, además de coser las yaguas donde los exhiben para la venta.
Con el paso del tiempo, su producción ha crecido.
“Comencé haciendo dulce en poca cantidad; ahora tengo que cuajar cada ocho días por la demanda que tengo. Somos muchas las mujeres que salimos adelante con los dulces. Por ejemplo, yo de aquí compro mis medicinas y pago mi luz”, añadió.
También relató las dificultades que enfrenta en su trabajo diario:
“Yo lo que quisiera es una ayuda para hacer mi rancheta, porque así, cuando llueve y estoy preparando los dulces, no tengo que salir corriendo”, dijo con esperanza.
Herencia con sabor
En Dajabón, hacer dulces no es solo un oficio: es una herencia cultural que se transmite con orgullo.
A pesar de los retos, la falta de insumos, los altos precios y las herramientas limitadas, los productores siguen firmes, conscientes de que en cada mezcla y en cada frasco se preserva una parte del alma del pueblo.
Los dulces criollos no solo alimentan el cuerpo, sino también la memoria. Evocan la infancia, la vida en comunidad y el trabajo silencioso de quienes, con poco, logran mucho.
Pero al caer la noche, en algunas calles de Dajabón aún se percibe el aroma dulce de los postres que nacen del esfuerzo y la constancia de sus artesanos.
Ese olor que flota en el aire es más que una invitación al gusto: es un testimonio de la perseverancia de hombres y mujeres que, entre fuego y azúcar, conservan una tradición que endulza la historia de su pueblo.
Los dulces criollos de Dajabón son, al final, una muestra viva del corazón laborioso de su gente: una herencia que se transmite en cada cucharada y que recuerda que el sabor más auténtico de la República Dominicana está en su gente y en su trabajo.