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A Genaro Phillips es preciso estudiarlo desde el contexto -desde ese cruce de caminos- en que la cadena académica iniciada a comienzos de los años 40 del siglo pasado se interrumpe por el asalto precipitado de la híper comunicación; por la lluvia, por el bombardeo constante de estilos, caretas, estruendos, modas y espejismos provenientes de los nuevos altoparlantes sociales; con la televisión por cable y la Internet a la cabeza, que se anexaron con furia a nuestros traumas sociales y los volcaron en el espacio de una totalidad cuyo desarrollo histórico había comenzado a variar su ritmo. Y es aquí, en este momento de marañas y sobresaltos, el justo instante para tratar de comprender los fenómenos que han coincidido en el establecimiento de una generación (la de los 80) y el nacimiento de otra (la de los 90), y preguntarse dónde establecer lo que debería ser el momento para celebrar y para despedir.
En sus Evocaciones totémicas, Phillips plantea tres temas fundamentales que podrían arrojar alguna luz en esta problemática: a) El pasado como ancestro, infierno y posible perdón. Phillips evoca en la muestra los conceptos estéticos que vivió y asimiló en su aprendizaje y pasa revista —de acuerdo con un apretado resumen visual— a una sociedad que, a pesar de la tecnologización, prosigue una carrera de segregación. b) La soledad. Como esteta, como buscador insaciable de ciertos goces recónditos sólo capaces de ser encontrados en las memorias profundas de un córtex penetrado, Phillips emula a los antiguos ascetas y explora los mundos solitarios de los artistas, intelectuales y aquellos investigadores atrapados en la contemplación (interior y exterior) del tejido social.
Y c) La indiferencia. Phillips evoca la dicotomía que subyace en la robotización acarreada por la cibernética, frente a un mundo laboral que se verá asolado por apatías y abulias; lo que transmite a través de figuras que flotan sobre fondos rojos.
Estos tótems evocados por Phillips entran, casi perfectamente, en el nudo de la articulación y desarticulación de las improntas que se corresponden con aquellas preguntas y contradicciones iniciales, trazadas por las generaciones herederas, esas que hicieron posible que las enseñanzas de los maestros europeos siguieran un hilo conductor ascendente y en cuyas huellas yacen incrustadas las búsquedas y deseos de cinco generaciones de productores miméticos (40, 50, 60, 80 y 90), que fundaron paradigmas y lograron transmitir un arte genuinamente dominicano, donde el sujeto que somos puede contemplarse y auscultar lo que seremos.
Por eso, no cabe duda, que Phillips se adentra, asimismo, en aquellas reflexiones y corrientes estéticas trascendentes, no sólo las transferidas por las generaciones anteriores, sino por una abundante mimesis caribeña, siempre presente en la historia que compartimos.
Genaro Phillips, en estos enlaces opera un énfasis temático que se vincula —como en un match— a la posibilidad del atajo, de la protesta que se desempolva desde el escenario mismo del dolor, a golpes de fondos tan rojos, tan presupuestados al contagio, tan desnudo de sospechas.