Han visto ustedes una foto del Presidente sentado en su escritorio despachando algún documento oficial? Desde su inicio el Gobierno se está ejerciendo coloquialmente, en la calle, y esto deja poco espacio al reflexivo recogimiento que da el Despacho.
Atrae nuestra atención, en primer lugar, sobre el fenómeno que constituye el gobierno coloquial, o el manejo del poder que desconoce la fuerza de adquirir el estatuto que respondería a su función de Poder Ejecutivo.
Tengo el sentimiento de que este debe ser ejercido desde su sede.
Pero parece que su eficacia práctica radica en la calle para el gobernante actual, que quizás es del criterio que un poder nuevo debe sustituir al antiguo. Este “modelo” fue el utilizado por la gestión 2000-04, desde luego en forma dispersa, chabacana, adicto a la cortesanía, a la vulgarización de la cultura popular y al relajamiento de los valores éticos.
El presidente Abinader es totalmente equidistante, pero persevera en el temario de lo improvisatorio propio de lo conversacional; o el sentido de la ubicuidad que da la asistencia a todos los eventos públicos y privados que le invitan, que generan compromisos que ante tantas vulnerabilidades económicas, las desigualdades, una clase media vapuleada por la crisis, la baja fiscalidad, etc., no hay duda que exponerse a tantos reclamos inatendibles es un riesgo a que su gobierno se esfume en gestos y palabras.
Particularmente entendía que el Presidente mostraría distancia con esta práctica tan distraída, y aunque no muestra desconfianza con la gente ni rehúye a los problemas porque goza de cercanía, en el Gobierno hay un señalado predominio del elemento oligárquico que le hace lucir indiferente a las vicisitudes, y promoviendo una suerte de “neofeudalismo o reapropiación“del Estado por este sector.
Su mejor abrigo a las críticas ha sido conferirle al cargo una dignidad inigualable: tanto él y su familia han sido ejemplares en el comportamiento público.