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Haití y encrucijada

Haití y encrucijada

Hugo Ysalguez

Cada día que pasa, Haití se hunde en medio de un pandemónium, sin un árbitro que pueda coayudar a crear un clima de convivencia a un país habitado desde su nacimiento por esclavos africanos que nunca se han adaptado a vivir en América, y sus convulsiones políticas y sociales están relacionadas a sus orígenes que se iniciaron desde el mismo momento de su independencia, marcando una ruta ominosa con matanzas de personas blancas y estableciendo el color negro de la piel con categoría constitucional.

Para ser presidente de Haití hay que ser de color negro, según lo establece su Carta Magna que también estatuyó que los hijos de haitianos nacidos en el extranjero conservan su nacionalidad, por lo que el odio racial, la xenofobia y la apatridia tienen sus raíces en la vecina nación, añadiéndole el ingrediente de ser proclives a las depredaciones, causándole un daño terrible a la República Dominicana por el corte indiscriminado de árboles en perjuicio de los ríos y las cuencas hidrográficas.

La miopía moral conduce a los Estados Unidos, Francia y Canadá a olvidarse de Haití, dejándole el enorme problema y la voluminosa carga a los dominicanos que por si arrastran un cúmulo de deudas sociales, y las falencias abundan en todos los órdenes, por lo que no puede ni debe ser refugio de ningún conglomerado foráneo.

Francia saqueó gran parte de la riqueza de Haití y obligó a sus habitantes a pagar alrededor de 22 mil millones de dólares, como compensación por haber apoderado de un territorio que España cedió a los franceses, una deuda que ha sido pagada por el país más pobre del hemisferio occidental, lo que su independencia nació como no viable, pues quedó encadenada a sus amos europeos.

Ahí está el comienzo de la descomposición política y social de Haití, y su falta de conexión con la comunidad latinoamericana y el mundo exterior, un clima que fue deteriorándose ante la ausencia de un líder que condujera a los esclavos africanos a un puerto seguro.

Y todo parece indicar que actualmente no existe más remedio que la intervención militar, solicitada por los propios haitianos, para poner la casa en orden y reinstalar un sistema seguridad que permita la convivencia pacífica, y se elaboren políticas públicas a fines que Haití no siga causando dolores de cabeza a muchos países, incluyendo a Cuba que pese a que practica la solidaridad revolucionaria, no desea haitianos en la isla y los deporta y los repatría en barcos, tan pronto llegan a sus costas. Y nosotros aquí no sabemos cuándo viviremos en paz, dado que casi un tercio del país está ocupado por indocumentados, que constituyen un clavito en el zapato.