Era apenas una niña cuando su mamá ingresó a trabajar en aquella casa opulenta en comparación con el destartalado ranchito donde había agotado sus primeros años.
De hacer figuritas de tierra en el húmedo patiecito que bordeaba su miseria, pasó al asombro ante los jueguitos nunca vistos que disfrutaban las dos hijitas de la señora que, con la espontaneidad infantil, la acogieron sin prejuicios.
Nada distinto ocurrió con los cuatro varoncitos a quienes llamaba la atención la tostada piel de la recién llegada, contrastante con la blancura intensa de las de ellos.
Pena que los estigmas se aposentan en la mentalidad de la gente en la medida en que las distorsiones sociales producen sus efectos perniciosos. Mientras eso no sucede, los seres humanos se relacionan a partir de variables desprovistas de contaminaciones tan absurdas como penosas.
Esa cofradía instantánea hizo que cada vez fuesen más los días que pasaba la jovencita en el nuevo escenario laboral de su mamá, hasta que se convirtió en el refugio permanente de la súbita ilusión que estaba experimentando. Todo parecía un sueño inesperado. A la bienvenida recibida contribuía su disposición invariable a colaborar en todo aquello donde pudiese servir. Jamás fue percibida como carga.
Al contrario, adicionaba un extra al servicio ofrecido por su progenitora.
Así transcurrieron los años. Unos crecieron; otros envejecieron. Sus hermanitos postizos se mudaron a cuentagotas a la capital y aquella casona divertida se fue tornando triste hasta que solo quedaron los padres, acompañados de la joven y su mamá.
Todos anhelaban que llegaran los días de juntarse y recrear aquellos tiempos donde eran felices y se sentían unidos por los vínculos indestructibles del amor sin condiciones ni barreras artificiosamente construidas.
La primera en dejar el mundo fue su mamá. Cuando sintió que sus fuerzas no le daban para más, optó por regresar a su nidito original, poquito menos deteriorado que cuando lo dejó, pero rodeada de unos hijos tan dignos como ella, que supieron propiciarle el mejor final posible.
La hija continuó con su familia agregada. Los achaques de sus empleadores no tardaron en llegar. Murió el viejo de una caída de la que no pudo recuperarse. La señora fue hundiéndose cada vez más en la desmemoria.
La salvación de su descendencia fue poder contar con esa hermanita que le regaló la vida y que cuidaba de la enferma con igual devoción que las dos hijas que había parido.