Era su primer viaje a ese hermoso país suramericano. Asistía, representando a la entidad a la que pertenecía, a un congreso de energía y minas. El legendario hotel Tequendama, sede del evento, le serviría de hospedaje.
Minutos después de ingresar a la zona de migración se conocieron. Ella acompañaba, como parte de la delegación de recibimiento, a su esposo, quien era de los organizadores del evento. Una típica colombiana, con esa simpatía desbordante que les caracteriza y que tiende a confundir a primera vista.
Un autobús les esperaba, en el cual, junto a otros participantes, se dirigieron al hotel. Quedaron ubicados en dos asientos separados por el pasillo y él no cesaba de admirar a aquella mujer de profusa cabellera negra y de hermosísimos ojos con los cuales intercambiaba miradas a las que ella no ofrecía la más mínima resistencia. El marido, magnífico anfitrión, apenas le alcanzaba el tiempo para brindar asistencia e información a los invitados internacionales.
No dejaba de mirar su profusa cabellera negra y hermosísimos ojos
Antes de bajar, les informaron que disponían de dos horas para estar en el salón principal de recepciones donde se ofrecería una cena y un espectáculo folclórico. Allí volvieron a encontrarse y él continuaba con la sensación de que a su persona, ella le dispensaba atenciones con marcadas diferencias respecto a los demás. Esa mutua complicidad, que se fue incrementando, perduró durante los 4 días de la actividad.
Los trabajos finalizaban un miércoles, pero su boleto de regreso tenía fecha del sábado siguiente porque Avianca no volaba a Santo Domingo antes de ese día. Él debía cambiarse de hotel y pidió referencias a quien más lógico le parecía.
Ella se lo dijo de golpe y sin vacilar: -Se hospedará en nuestro apartamento-. Con el corazón a punto de salírsele del pecho, le preguntó si su esposo estaba informado de esa decisión. –No se preocupe, mañana a las 6 de la tarde espéreme preparado que pasaré a recogerlo-.
Cerca de las 8 de la noche llegaron a un imponente edificio en cuyo piso 16 se ubicaba un amplio penthouse con piso de mármol y decoración clásica dotada de finísimos adornos. Allí estaba el marido, quien le ofreció la bienvenida y se excusó porque él y su señora viajaban al día siguiente a Cartagena.
Habían dejado todo preparado para que sus asistentes suplieran sus necesidades hasta su regreso a la capital dominicana. Pese al confort del hospedaje, esa noche no pudo conciliar el sueño.
Por: Pedro P. Yermenos Forastieri ppyermenos@gmail.com