El diputado Pedro Botello, quien se ha encargado de deslegitimar su reclamo a favor de la devolución a los trabajadores de un 30% de los fondos de pensiones, parece que teme no salirse con las suyas con los desórdenes a que incitó en la sede del Congreso.
Si en los primeros actos vandálicos resultó ileso al no rendirse siquiera un informe de la investigación que se dispuso, esta vez el caso se torna diferente. Su afirmación de que no es ninguna gatita de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano, refleja su temor de ser sometido y enjuiciado no solo por alteración del orden público, sino por poner en riesgo la integridad física de congresistas y empleados.
La incitación al desorden no se puede tolerar como un acto pasajero. Por acciones similares el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, enfrenta un juicio político.
Si Botello no es castigado la impunidad ganaría otro botón. Con la violenta conducta que ha exhibido, por más que se defienda de que no lanzó una piedra, los trabajadores terminarán apartándolos como aliado de sus necesidades. Porque en lugar de bien, lo que les hace es daño.