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Internet merma negocio libros usados

Internet merma negocio libros usados

Son las doce y 30 del mediodía y al frente del Cuartel de los Bomberos de la avenida Mella, en la histórica tienda de electrónica “Polanco y Radio”, Miguel Liranzo atiende dos clientes, pero no piense usted que andan buscando radios, consolas, antenas, bocinas o agujas para tocadiscos. No, buscan libros. Con la amabilidad característica, Miguel Liranzo, los orienta, ellos vuelven y preguntan, hojean textos.

El sol está que arde. Para agarrar los libros que están afuera hay que ser un amante de la lectura. En el interior la situación es un poco más acogedora. Este es un espacio que Miguel comparte con la gente que comercializa con productos de electrónica. Desde que se entra Miguel, arropado de libros, objetos antiguos, una hilera de artículos misceláneos sorprendentes, saluda, da una entusiasta bienvenida.

Se vende desde una pistola de juguete, long playings, flauta, cuadros, un poster de James Dean. Y es que, como Miguel comenta, por necesidad ha tenido que ir diversificándose.

Señala varios factores para que la venta de libros usados haya decaído tanto. Apunta el dedo acusador hacia la tecnología. “El acceso a la Internet ha hecho mucho daño al negocio del libro”.

Pero a su juicio, otra de las causas de este declive es que ya los directores de escuelas y profesores no envían a los muchachos a leer libros, además de que los padres no se encargan de incentivar el amor a la lectura.

Ésta es tienda muy sui generis. Empezando porque no tiene nombre, y segundo porque su propietario no paga renta. Aquí Miguel tiene seis años, aunque lleva más de veinte años en el negocio de vender libros usados.

Con timidez lo dice. “He hecho mi casa con este trabajo y me ha permitido no alquilármele a nadie”. Miguel, quien es además psicólogo y actualmente aspira a hacer una maestría, afirma que su negocio está aún abierto por un milagro de Dios”.
“Para tener este negocio hay que, definitivamente amar los libros, afirma.

La gracia que tiene de no pagar local se la debe a un buen samaritano, lo que le ha quitado una enorme presión. Contrario a una librería con todas las de la ley, Miguel se desempeña con un ayudante, el cual se desplaza en silencio, y atento tanto a clientes como a las conversaciones.

Por allí han pasado notables de todo tipo. Pero básicamente a esta librería acuden intelectuales.

Dice que han ido allí buscando libros o curiosidades, escritores de la talla del fenecido Pedro Peix, de quien más que una anécdota o frase que dijo, recuerda el peinado. También leguleyos, gente de leyes. También menciona a los poetas Odalís Pérez, Amable Mejía, y a Miguel Decamps. La lista ahí se queda, pues en ese instante Miguel tiene que responder a un cliente extranjero que le pregunta por un libro “que hable sobre los taínos”.

Tan buena gente es este “negociante” que a los clientes asiduos les fía, y llega hasta el colmo de a veces ni apuntar lo que les adeudan.

Al final de la conversación, Miguel, quien se ha desenvuelto entre libros ya por dos décadas, nos da una alerta: lo ha picado el bicho de la literatura: y entre tantos libros inéditos, muestra el suyo inédito titulado “La noche en que apareció el bacá”, mientras a pocos pasos un joven está zambullido buscando un título.
El autor es escritor y periodista.

El Nacional

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