Opinión Libre Pensar

Jesucristo y la élite judía

Jesucristo y la élite judía

Oscar López Reyes

La pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret deslumbra como el episodio más decoroso y solemne en la historia de la humanidad, y como prototipo de intolerancia ante una amenaza contra el poder religioso y político de Israel y el Imperio Romano. La gente decía que vino al mundo para redimir a toda la humanidad de las garras del pecado y liberar a su pueblo Israel del dominio de los romanos.

La élite religiosa gobernante le temió y lo predispuso con el poder imperial romano, llevándole chismes y falacias, para condenarlo. Y abrotoñaron al rojo vivo las confrontaciones entre Jesús y los fariseos, por tres acaecimientos: 1) la resurrección de Lázaro; 2) la expulsión de los mercaderes del templo, que habían convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones y no en un lugar de oraciones, y 3) las críticas a los judíos por su falta de honradez y por haberse rodeado de personas con muy mala fama. Los puso en evidencia como individuos deshonestos y sin principio.

Los topetones entre dos fuerzas antagónicas entonaron sañudos cuando los líderes religiosos judíos lo acusaron ante el poder político romano de haber dicho de sí mismo que era el Mesías y el Rey. Esto rebozó la copa y de inmediato romanos y judíos iniciaron sus trabajos juntos en aras de lograr su propósito común: eliminar físicamente a Jesús, el Cristo, el hijo de Dios.

El gesto revolucionario del Redentor y su crucifixión tuvieron tanta significación que, desde entonces, se cuentan los años como antes y después de Cristo, y en la Semana Santa y en Navidad se le recuerda con oraciones, meditaciones y recogimiento en el silencio, implorando que se emule su legado, para cambiar el universo convulsionado.

En décadas pasadas se tenía la creencia de que si el viernes santo las personas se bañaban en el mar, se volverían peces; si las parejas tenían relaciones íntimas, se quedarían juntas para siempre, y si se encaramaban en los árboles se transformarían en mono. Para no maltraer el cuerpo de Jesús ni exponerse al castigo divino, se evitaba martillar objetos, barrer, hacer bulla, cortar plantas y robar; se caminaba con lentitud y se cogía agua en el río sin hablar con nadie y se le llevaba al sacerdote para que fuera bendecida.

Hoy las cosas son diferentes: las playas, ríos y balnearios se saturan en el jolgorio; más que habichuelas con dulce se prefieren las parrilladas, y los antiguos credos han sido sepultados.

La Pascua Cristiana invita a retiros espirituales, a meditar, a visitar iglesias, parques y museos; a sembrar arbustos, revivir recetas típicas y a estudiar tanto la historia de Cristo, el comunicador más efectivo del mundo.