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Joven promesa

Joven promesa

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

Cuando recibió al invitado que le habían asignado, apenas tenía dos semanas en su trabajo. Estaba emocionado porque aún sin terminar sus estudios logró ingresar a una institución donde confiaba hacer carrera y desarrollar sus inquietudes intelectuales.

En esos días se empeñaba en causar buena impresión en sus superiores y tenía conciencia del compromiso que significaba haber sido encargado para ser anfitrión de tan especial dignatario extranjero. Era una oportunidad que no podía desaprovechar y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para que le sirviera de resorte en su incipiente experiencia laboral.

Procuró abundante información no solo del personaje que recibiría, también del país de procedencia; de la entidad donde trabajaba y de la historia de los tres. Parecía que más que guía de su propio territorio, sería expositor en una conferencia sobre su huésped y su contexto. Sus padres, con los cuales vivía, se asombraban al verlo ensayar delante de un espejo, repitiendo una y otra vez datos, estadísticas y biografías.

El día señalado, pese a la intensa preparación que agotó, no podía negar que estaba nervioso. Le habían comunicado que, al final de la jornada, sería evaluado por el caballero, a quien le entregarían un formulario con ese propósito. Para él, era de vital importancia obtener buenos resultados en esa primera prueba de fuego.
El conductor lo recogió de madrugada y marcharon al aeropuerto.

Con sus manos elaboró la pancarta para identificarse. Debajo del nombre escribió: “Ilusionados por recibirlo”.
Al estrechar su mano, miró sus ojos y dijo: “Aquí, reciprocando en parte sus aportes literarios”. El escritor quedó sorprendido ante una juventud contradicha por la apariencia.

En lo adelante, la comunicación era cotidiana.
Lo llevaba a los compromisos y en cada ocasión incrementaba sus lances derivados del inventario de informaciones con las que se había apertrechado.

Al finalizar los trabajos, el invitado pidió que lo llevara a la casa museo del poeta nacional.
Para el chicuelo era un sueño visitar ese lugar al que no había podido acudir.

En la boletería, le dijeron que el costo era diez dólares por persona. Sin pensarlo, sacó su cartera y extrajo dos billetes de esa denominación. El artista se le adelantó. Pasó su tarjeta de crédito ordenando cobrar ambas taquillas.

El recorrido y las conversaciones en ese mágico escenario, permanecerán para siempre en la mente cargada de anhelos de esa joven promesa que sentía tocar el cielo con sus dedos.