Opinión

¿Juristas o sastres del poder?

¿Juristas  o sastres  del poder?

Namphi Rodríguez

Al más glorioso y brillante de los demócratas romanos, Marco Tulio Cicerón, debemos la frase que reza “nada hay tan contrario a las leyes como la violencia y el desafío al Derecho”.

La reflexión del príncipe de los oradores, escrita en “De Legibus”, nos viene como traje a la medida para responder los denuestos que se han proferido en nuestra contra por el simple hecho de asumir una posición contraria al oráculo jurídico reeleccionista en el debate sobre la ley de partidos.

No es la primera vez que me enfrento en la defensa de mis ideas. Como Sísifo, en más de una ocasión me ha tocado empujar la piedra hasta la cima de la ladera para luego verla caer al valle. Por eso suelo tener claro cuál es el papel de “sastres jurídicos” que desempeñan abogados contratados por el poder de turno para justificar sus estropicios políticos.

De modo que no me daré por aludido por majaderías de quienes ante la falta de razones para justificar sus conductas reaccionan con descalificaciones personales e iras motivadas por la manida costumbre del circo de aplaudirles sus desvaríos éticos e intelectuales.

También sé que al intelectual, del que escribió Gramsci que no es tan solo un libre pensador aislado, sino también un conjunto organizado, la política le reserva una tarea que puede ser infame o prodigiosa. Cicerón fraguó su carrera denunciando la corrupción en Verres y cultivando las virtudes; mientras Joseph Goebbels fue el mentor espiritual del nazismo.

Los intelectuales, si son hombres o mujeres de autoridad moral y sentido de la historia, pueden construir el tejado de la democracia, pero si carecen de esas dotes suelen ser utilizados por el poder pasajero como azotes y pestes de la institucionalidad a cambio de canonjías económicas y materiales.

Lo peor es que ante esta última realidad hay quienes se ufanan por la proeza de haber hecho como el avestruz al meter la cabeza en el fango de lo antiético, lo que les permite boyar con desfachatez en la obsequiosa abundancia del servilismo al poder. Viven para un Dios que se ocupa del reino de la tierra y no del de los cielos, son tributarios de una filosofía del ser y no del deber ser.

Por eso se pliegan a una política de ruindades dominada por un prototipo hobbesiano que tiene como paradigma la ambición, el apetito de poder y el desenfreno.

De ahí que no nos extraña que su tarea sea la de retorcer la Constitución para servirla en opíparo banquete al poder de turno.

Sólo que esta leyenda negra empieza a tener consecuencias, porque, como dijo Cicerón ante la conspiración del senador Catilina, ¿hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?

El Nacional

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