El paso del tiempo no invalida los aciertos, aunque algunos apuestan al olvido social, a la desmemoria colectiva para justificar sus inconductas.
Cuando Domicio Ulpiano, aquel jurista romano, de origen fenicio, proclamó hace casi dieciocho siglos que la justicia es la continua y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le pertenece, tuvo toda la razón.
Pero en nuestro medio no se cree en la justicia, y se ve como iluso a quien la busca y la reclama. Ignoran que ninguna nación puede progresar verdaderamente si primero no institucionaliza la justicia para todos.
La amnesia solo vale para los errores involuntarios, jamás para el dolo, la perversidad o la injusticia manifiesta. Se dice, como un axioma supremo, que el escándalo de hoy es sustituido por el escándalo de mañana.
La vida de nuestro pobre pueblo dominicano está marcada históricamente por el engaño, la manipulación clientelar y la corrupción administrativa.
Desde la proclamación de la independencia de la República, aquel 27 de febrero de 1844, a esta parte, los detentadores del poder, salvo contadas excepciones, han visto al pueblo que dominan, más que gobernarlo, como una masa informe, sin cohesión social. Al país, lo tratan como una finca privada.
Nuestros pujos legislativos y constitucionales siempre han apuntado a aplicar la teoría de la vitrina y el exhibicionismo.
No buscan mejorar la vida de la gente, ni regular con equidad las relaciones sociales, económicas y políticas.
Nada de eso. Solamente persiguen lucir ante los organismos internacionales y los inversionistas extranjeros. Aparentan que tenemos un sistema confiable, que funciona para proteger los intereses creados.
Tanto es así que los derechos fundamentales, como la dignidad humana, la igualdad, el libre desarrollo de la personalidad, el libre acceso a la justicia y paro para no citar el catálogo constitucional, tienen muy poca materialización.
Cuando hay recursos económicos o posiciones privilegiadas en el Estado, el sistema opera para garantizarlos; pero si se trata de simples hombres y mujeres del montón, se convierten en pompas de jabón, en poemas mal declamados.
Se ha dicho muchas veces que la justicia en la República Dominicana es lenta, cara y mala. Algunos de los que lanzan esa afirmación no hacen nada o hacen muy poco, teniendo poder, para que las cosas cambien para bien. Se interesan más por obtener titulares de primera plana y like en las redes sociales. La hipocresía campea por sus fueros.
Ciertamente, en nuestro país la justicia ha sido injusta. Carece de la voluntad perpetua de dar a cada uno lo que le pertenece. Si se trata de intereses de los sectores dominantes, entonces se guardan las formas y deciden en consecuencia.
Evidentemente, así no se hace Patria.