La llegada de Mike Brown al banquillo de los New York Knicks viene cargada de presión. El listón no está en hacer un buen trabajo, sino en superar lo logrado por Tom Thibodeau, quien llevó al equipo a dos temporadas consecutivas con 50 victorias y a sus primeras finales de conferencia en más de dos décadas.
En ese contexto, mantener el mismo nivel o retroceder no es una opción. La organización y su apasionada fanaticada exigen avanzar un paso más: alcanzar las Finales de la NBA.
Brown asume el reto en un equipo con una cultura establecida de trabajo duro y ambición por el campeonato.

Su contratación refleja la urgencia de resultados inmediatos. A diferencia de otras franquicias que apuestan por entrenadores sin experiencia previa, como Mark Daigneault o Joe Mazzulla, los Knicks no pueden permitirse arriesgar. La presión mediática y del entorno requiere una figura consolidada.
La reciente final entre Oklahoma City e Indiana evidenció la importancia de la profundidad en la plantilla y la flexibilidad táctica, dos aspectos en los que los Knicks quieren fortalecerse bajo Brown.
La elección del técnico apunta a reforzar la estructura ya creada, pero con una visión fresca que los lleve al siguiente nivel.
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Si bien no está obligado a ganar en su primer año, Brown debe al menos mostrar que es capaz de llevar al equipo a las Finales en el corto plazo. Cualquier temporada sin progreso se leerá como un paso atrás.