Desde mucho antes de la oficialización del 21 de enero como el Día de Nuestra Señora de la Altagracia, el dominicano ha rendido culto a la patrona con muchos de los rituales que hoy se practican.
El acto más relevante es la peregrinación a la basílica de Higüey para reverenciar, agradecer y solicitar a la imagen de la virgen que derrame sus bendiciones sobre la familia y la nación a favor de la salud, la paz, la prosperidad y otras necesidades.
El Día de la Altagracia congrega no solo a dominicanos, sino a nacionales de vecinos de la región que también reverencian a la virgen.
Con las liturgias y las masivas peregrinaciones a cumplir promesas o simplemente arrodillarse frente al santuario volvió a ponerse de manifiesto el apoyo en la fe cristiana de un amplio segmento de la población.
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No todos rinden tributo a la patrona con la misma devoción, aunque son muchos que lo hacen porque creen de corazón en la fuerza de la fe. Muchos que no van a las iglesias rezan sus oraciones en sus hogares o en cualquier otro lugar que proporcione el momento. El caso es rendirle culto a la protectora espiritual de la familia y la nación.
La celebración del Día de Nuestra Señora de la Altagracia es una de las fechas más emblemáticas de la nación, en que la fe tiene un sentido protagónico. Ese sentimiento debe estimularse con ejemplos y buenas acciones del liderazgo social, político y económico para que el país deponga las diferencias que traban el sendero del bienestar y el desarrollo.