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La desgracia de Haití

La desgracia de Haití

Hugo A. Ysalguez

Un hecho sin paralelo en la historia universal, una sublevación de esclavos que vence a tres potencias coloniales y se convierte en la primera república negra del mundo.

Al convertirse en estado soberano, la antigua colonia adopta el nombre indígena de Haití, y consagrará todas sus energías a preservar ese legado revolucionario sin negar no obstante el pensamiento emancipador de los enciclopedistas franceses, la divisa republicana lo testimonia, Igualdad, Libertad, Fraternidad, la misma que reza en el frontón de los edificios públicos en Francia.

El gentilicio es “haitianos” y su nacionalidad fieramente transmitida de padre a hijo a condición de que el color de la piel esté acorde con el que traduce la raza de los héroes de la independencia.

Las constituciones que se sucederán a la constitución de Dessalines de 1805, que en su artículo 14 establece “que todos los haitianos serán conocidos con la designación genérica de negros”, predican lo mismo, es haitiano de origen el hijo o hija de padre o madre nacido en Haití si son de raza negra.

La exigencia del color de la piel desaparecerá de los textos muy tardíamente como si la nacionalidad haitiana fuera la garantía de la preservación de un concepto ya conocido como es el de “pureza de la raza”, de los antiguos estatutos de Felipe II contra los judíos nuevos cristianos, única portadora de la memoria histórica.

El texto constitucional vigente, Constitución de 1987, modificada en el 2012, predica en su artículo 11: Son haitianos los hijos de haitianos que no hayan renunciado a su nacionalidad en el momento del nacimiento.

Es por esto que esas alegaciones de apatridia a los descendientes de haitianos nacidos en la República Dominicana es un verdadero insulto a su memoria colectiva, al ethos nacional.