La crisis de la deuda soberana en Europa, vista desde una isla en el Caribe, luce como algo distante y ajeno. Sin embargo, el panorama parece indicar que aún en el mejor de los casos los efectos de ésta pudieran ser profundos y extenderse por mucho tiempo, lo que pudiera tener un impacto sobre la República Dominicana sensiblemente mayor al vivido con la crisis del 2008, y por el momento, no lucimos preparados.
La ruta que se ha trazado desde Alemania y Francia para rescatar a Europa de una posible debacle, se enfoca en una restricción radical sobre los gastos en los Estados miembros de la Eurozona e imponer la disciplina fiscal en la comunidad monetaria. Que sea solución definitiva, quedaría por verse, pero resulta razonable esperar una desaceleración o directamente un retroceso en el crecimiento económico europeo debido a la limitación que implacará esa disciplina para los gobiernos en cualquier intento de estimular su economía.
La recesión en Europa parece ser un hecho, al menos para los primeros meses del 2012. Lo que debe movernos a preocupación a los dominicanos es la posibilidad de que Europa no rebote rápido y con fuerza suficiente, y, por el contrario, quede estancada y se tenga su propia década perdida. Europa ha venido creciendo como destino de nuestra exportaciones, representa una parte importante de las remesas, y es nuestro mayor proveedor de turistas. Es en este último renglón donde se produce una importante diferencia para el país de lo que fue la crisis financiera del 2008, con mayor impacto en Estados Unidos.
Los americanos emplearon una estrategia distinta a la trazada por Europa. El gasto del gobierno federal fue incrementado, miles de millones de dólares fueron inyectados en estímulo, los impuestos fueron recortados y la deuda fue aumentada al ritmo más acelerado en la historia de ese país. Si bien todas esas medidas aún hoy son cuestionadas, evitaron una calamidad mayor, que si no han producido el rebote con la fuerza esperada, sí eludieron que la economía más grande del mundo sucumbiera en una espiral deflacionaria que hubiera sido peor.
República Dominicana tiene una economía que necesita un flujo sano de dólares y euros (para comprar más dólares) para mantenerse estable, y aún en crecimiento, ese flujo nunca parece ser suficiente para evitar desbalances. Una reducción sensible y prolongada, como avizora el estado actual y las medidas trazadas en Europa, nos obligará a buscar alternativas y de forma más apresurada de lo que probablemente estamos en condiciones de asumir.
Un contagio de los shocks financieros que pudieran derivar de un colapso de la Eurozona, lo que atemoriza a Estados Unidos y a China, no debería tener repercusiones significativas en República Dominicana. Nuestro sistema financiero está aún en pañales y no tan conectado con el del resto del mundo como para que haya contagio. En ese sentido, nuestro subdesarrollo nos blinda. Lo que no nos podemos dar el lujo de ignorar, son los efectos que vendrán de la posibilidad de una Europa padeciendo una década perdida y una recaída de la economía de Estados Unidos. El panorama es gris, pero alternativas hay. Es cuestión de incentivar la inversión puertas adentro.

