Opinión convergencia

La G60 y Silvano

La G60 y Silvano

Efraim Castillo

(Fragmento de “Conversación con Efraim”. Por Eugenio García Cuevas. Editorial Isla Negra, 2024)

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Por eso, a través del camino recorrido, hemos tratado de no sucumbir, aferrándonos a un existir que, aún apegado a las apariencias y a lo que intuimos, no nos ha vinculado ni doctrinal ni partidariamente al statu quo, asaltándonos siempre la pregunta de ¿por qué miles de dominicanos no le dijeron “no” a Trujillo cuando golpeó nuestra democracia en 1930 y esperaron tres lustros (1945-46) para desafiar su régimen?
En “Fenomenología del espíritu” (1807), Hegel arroja luz sobre esta relación entre amo-esclavo y, en el caso específico del poder político, entre dictador-ciudadano.

Explica Hegel que “el esclavo (o el ciudadano, apunto yo) por el contrario, no tiene necesidad del amo (o del dictador, apunto yo) para satisfacer (sus) propias necesidades, y, por lo tanto, se encuentra en una posición de efectiva ventaja respecto de aquel […] El trabajo lo ha emancipado del dominio del amo (o del dictador). Pero el esclavo (o el ciudadano) se ha encontrado en la posición del dominado, porque ha sentido angustia frente a la totalidad de la propia existencia a causa de que ha tenido miedo a la muerte (furcht des todes)”. Para Hegel, enuncia el filósofo italiano Antonino Infranca, “el propio miedo del esclavo contagia y aprisiona al amo, que se vuelve —al mismo tiempo— su propio esclavo, conformando una simbiosis”. (Revista Topía, 2001).

Sin embargo, hubo una transformación esencial en la aparente sumisión de los que optamos por adaptarnos y supervivir a la dictadura. Y ese cambio fundamental comenzó a contagiar nuestra generación a partir de la mitad de los años cincuenta, cuando Trujillo permeó la obediencia y la admiración del país hacia su régimen, tras sustituir la dureza del respeto y el temor como sostén de la obediencia —articulados a través de bandas organizadas y caciques despiadados— por una nueva estrategia de terror psicológico, copiada de los dictadores que pisaron nuestro suelo a partir de la mitad de ese decenio: Domingo Perón, Marcos Pérez Jiménez, Gustavo Rojas Pinilla y Fulgencio Batista; quienes se aposentaron en el país y lo convirtieron en una madriguera de canallas, un espacio decisivo en el que los asesores de Trujillo debieron exponerle que el tiempo de regir un país con la táctica del terror como doctrina había llegado a su fin.

Los que sobrevivimos de aquella generación (los más jóvenes contando 77 y los mayores sobre los 80 años), podemos mirar atrás y sonreír, porque partiendo de las coyunturas que marcaron al país desde el decenio de los treinta, la vida ha recorrido un discurso histórico impulsado por cruciales cambios sociales y nuestra generación, con muy pocas excepciones, los ha recorrido como protagonista o partícipe, apegada a las disciplinas ensambladas a las ciencias, la literatura y las artes. Y esta es una de las razones de por qué nuestra generación, la G60, agradece a Silvano Lora el habernos mostrado el poder de la unión militante como fuerza histórica.