El mundo cristiano está a punto de celebrar la Navidad, que no es más que la conmemoración del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Los que creemos en Él tenemos motivos para sentir júbilo, que sale de lo más profundo de nuestro corazón, conscientes de que el espíritu humano siempre nos traza sendas luminosas, aunque no exentas de problemas.
Infortunadamente hoy día, en la misma medida en que avanza la civilización con sus logros tecnológicos, la Navidad se ha convertido en una especie de jolgorio sin fin, donde mucha gente pretende divertirse con borracheras y falta de respeto a los demás.
Esas personas olvidan que la Navidad es uno de los símbolos de la unidad de la familia, que es el núcleo de la sociedad en que vivimos.
Los que se dan a las parrandas, vicios y otros desenfrenos colaterales olvidan que con su actitud deforman la Navidad, pues crean fuentes de corrupción que se añaden a las existentes, sin que se vislumbre la manera de ponerles fin de una vez por todas.
Pero lo que es peor: los mismos que hoy desnaturalizan la Navidad suelen luego, quizás sin saberlo, víctimas de los ambiciosos del Poder y del dinero, que se valen de sus flaquezas para llevarlos a su redil y así incidir en la política corrupta, sin importarles a unos y a otros los sufrimientos del pueblo.
El Nacimiento de Cristo debe ser un motivo para reflexionar sobre nuestro futuro como país, especialmente ahora cuando nubes ominosas se ciernen sobre el cielo de la Patria. Este es momento adecuado para pensar en el porvenir de nuestros hijos y demás seres queridos, para que en el futuro no digan que sus padres pertenecieron a una generación de indiferentes y de despreocupados.
Sabemos que muchos respetaran el sentido cristiano de la Navidad, pero también estamos conscientes de que, pasadas las fiestas, muchos volverán a poner en marcha la maquinaria para colmar sus ambiciones. Entre ellos hay los que buscan a toda costa el dinero fácil, a través de sus relaciones políticas; el mantenimiento o el retorno al Poder para enriquecerse, olvidándose de que hay un 50% de la población bajo el signo ignominioso de la pobreza y otra parte de ella con salarios miserables que apenas les alcanzan para subsistir. Esos, sin ninguna duda, no podrán celebrar una Navidad digna.
Los que ejercen las altas funciones públicas deberían sacar siquiera unas cuantas horas para reflexionar sobre la indefensión en que se encuentra el pueblo, abrumado por los problemas y el bochinche de quienes no creen en los designios de Dios.