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La creatividad proveniente de la G60 insertó en el discurso publicitario una maravillosa impronta: la narración anecdótica, el storytellig como protagonista de la comunicación social y liberó de la vieja escuela creativa cubana -basada en refranes y frases- los bienes y servicios sociales, comerciales e industriales producidos en el país.
Desde luego, es preciso y conveniente guardar una respetuosa distancia para separar los objetos culturales que he denominado «anuncios», de los objetos culturales que, como los agrupados en la pintura, la poesía, el teatro y la literatura, se insertan en la disertación estética y cuya producción responde a otra «esfera ideológica».
Al respecto, Arnold Hauser enfatiza que «en el arte del pueblo, tanto los productores como los consumidores, apenas están separados entre sí y los límites entre ambos grupos son siempre fluctuantes» («Historia social de la literatura y del arte», 1951).
Por eso, la G60 produjo, en su discurso creativo, una publicidad conceptual, racional y apegada a una información fácilmente decodificada por todas las clases sociales, pero con un marcado énfasis en el pueblo, que es el principal objetivo de la publicidad tercermundista, por lo regular integrada mayoritariamente de sobrevivientes. La G60 otorgó a la estructura publicitaria dominicana la excelencia de una gran plataforma cultural, la cual originó que las generaciones subsiguientes se interesaran en continuar integrándola, como aconteció con los jóvenes escritores del 70 y 80.
Nadie ha podido convencerme, aún. de que lo que ganó la publicidad dominicana con el paso de la joven intelligentsia nacional a sus filas, lo perdió la producción de objetos miméticos destinados al consumo estético y lúdicro.
Desde luego, sí hubo un ligero estancamiento en los avances orgánicos del proceso literario que afloró al comienzo de los sesenta, debido a que lo mejor de sus productores se integró a la actividad publicitaria. Pero sería interesante que el investigador de este proceso sociológico remueva las bibliotecas y hemerotecas del país y estudie -a partir de una fecha determinada- las producciones literarias y publicitarias de la G60.
El investigador, posiblemente, encontrará algunos saltos, sobre todo entre 1966 y 1970, que constituyeron los años de mayor esplendor de los concursos literarios del grupo cultural «La Máscara» y donde fueron premiados los mejores cuentos de ese decenio.
Además, en ese interregno se hicieron más fuertes las agencias internacionales: Badillo & Bergés, West Indies Advertising, McCcann Erickson y Young & Rubicam, las cuales reclutaron muchos creativos provenientes de la G60.
Esos saltos están dominados por una relatividad axiológica que no viene al caso analizar, ya que los mismos tendrían que ser desmontados en atención a todo el contexto sociológico y sus coyunturas.
La producción publicitaria -es bueno repetirlo para acallar ciertas voces- no debería señalarse como un fenómeno aislado de la creación intelectual, subestimándola de la creatividad empleada en la literatura social, ya que ambas emplean como fundamento primordial las palabras: la publicitaria para informar la existencia de bienes y servicios y la literaria para testimoniar la historia.