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Las redes sociales y el usuario

Las redes sociales y el  usuario

Es para pensar el fenómeno de las redes sociales por un largo tiempo. Como ha transformado las relaciones familiares, relacionados, negocios, profesiones, con tan solo tomar la llamada o no devolverla, mensajes, ver una imagen etc., tomando en cuenta la edad del usuario, su modo de vida y mil cosas más.

¿En qué pienso cuando abuso del uso de la red, cuando no consigo comunicarme?

Dejando fuera las catervas de informaciones que se dispone en la red. Comprar, vender, informar, espectáculos, informaciones científicas, curiosas, humanas, chismes, calumnias, nadie sabe en qué estado emocional se encuentra el usuario, incluyéndome, al momento del contacto. Recuerdo mi resistencia a las redes, ahora considero a las redes y sus servidores como una “oficina andante”, por mi oficio, pero también mi dependencia in crescendo, vigilada, por supuesto, pero en vano.

Si esa es mi fuente de “ingresos” por cómo me llaman para resolver problemas u oír también problemas concernientes al mismo asunto, que no vienen al caso resalta, ni voy a nombrar, me hace pensar en la soledad del usuario en lo concerniente al uso de la red.

¿Cuál soledad? ¿La de la dependencia de la red?

Podría ser. Pero a la soledad que me refiero es a esa condición eterna que es intrínseca al hombre, que de vez en cuando lo desorienta, lo postra hasta perder el equilibrio, o lo poco que le queda, que tiene que ver con el contacto humano. Intrínseca a la forma de vida.

Esta otra soledad, la de al momento de recibir la llamada, la imagen, la información que quiere venderse, ¿es otra soledad, tan desorientadora como la anterior? No bien suena el timbre elegido para que atendamos, para que dejemos lo que estemos haciendo y lo atendamos, ¿qué pasa dentro de uno?

En mi caso, me digo, que si pago todos los cuartos del mundo para verme envuelto como un “esclavo” en esa red que me hace creer que estoy comunicado e informado con el mundo, me creo en el deber de ver o coger la llamada no bien suena para que yo despierte de un lado para atender al otro que acaba de despertar.

De día, noche el Facebook, WhatsApp, Messenger, etc. “en líneas, yo en línea” por el uso desmedido empieza a rondar la soledad como la de un monstruo de siete cabezas.

Sé que hay alguien (yo mismo) que está solo y quiere conversar, a veces con una imagen, otra con una nota de voz, ¿a igual que yo? No es extraño que los inventores de esos medios tengan todos los cuartos del mundo. Red es igual a ansiedad.

El dinero de pago de la red es un dinero de nubes, que no tiene medidas ni fondo. Entra por una mano y termina en los bolsillos de una transnacional local o internacional y yo feliz “tengo el mundo a mis pies, estoy informado hasta en los sueños”.

Feliz porque me comunico hasta con el pájaro malo, en caso de los poderes que se posean. Cuanto más dependamos de la red, cosa que es inevitable, ¿más solos nos encontramos? ¿Es la nueva manera de tener al otro cerca? Soledad de oír al otro, al de al lado, aunque podamos ir adonde está, a tres pasos y tocar la puerta para que nos abra, preferimos la red a la persona. Todo por la red.

La soledad ahora es el no poder comunicarse… la de ayer no es soledad. La de no comunicarse ahora es tan compleja como un viaje al planeta Júpiter, en caso de que se pudiera. Si quieres que te preste atención llámame, dime que estás en línea, o un stickers, una imagen haciendo strip-tease”.

Una salida a este embrollo sería: ¿Qué puedo hacer? Cuando se está con todo el cuerpo y el alma metido en una pantalla por más tiempo que el necesario, no es soledad lo que se tiene, es un asilo, aun se viva de ese “aparatito” de comunicación con el universo terrestre, memoria de lo imaginable, en un solo fin, la auto manipulación del sentir y presente y pasado con todas sus consecuencias, a los pies.

Cuando el internet no funciona, se cae el sistema, algo se rompe por dentro, en la cabeza. Empezamos a apagarnos lentamente, cual personaje de Franz Kafka. Si exagero, perdón. Hablo por el vecino.
El autor es escritor.

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