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Libre pensar

Libre pensar


¡El perfecto jefe!

El jerárquico laboral más correcto y puro, ¿cuál es…?; el más completo, ¿sabes su nombre…?, el más respetuoso de la dignidad humana y las leyes, ¿lo recuerdas con aplausos?; el ideal, ¿lo has visto?; ¿ya le agradeces y veneras? ¿Lo abrazarías y le desearías prosperidad y una vida venturosa e interminable?.

Y rememora amigablemente, aireado en una oficina exquisita y sublime, a un jefe o mayordomo rústico y hacendoso; peliagudo o complicado con su bozo jactancioso y su cara de espantajo, lastima las fibras humanas más sensibles.

¿Irías a su sepelio?
Cada quien tendrá su respuesta, según sus experiencias…
La plaga tapada (el mayordomo rústico), nos interesa ahora.

Lo más común es escuchar las quejas sobre los comportamientos conductuales anómalos de funcionarios públicos altos y medianos, presidentes y ejecutivos de empresas, profesores universitarios y básicos, dirigentes de gremios de profesionales y de proletarios/operarios, líderes políticos y presidentes de instituciones de interés social que pregonan, de la boca pa´fuera, que luchan por los derechos humanos.

Sentimos vergüenza cuando, por razones atendibles, tenemos que sentarnos frente a un escritorio de una potentada figura pública, que grita, en iras repentinas por cualesquier menudencias de un subordinado; insulta en los vejámenes más horrorosos, culpa a los demás de sus errores, ridiculiza, descalifica y amenaza en el confort de su castillo.
El potentado no acepta sugerencias ni propuestas de otros, naufraga en la contradicción: hoy señala una cosa y mañana otra; usa un lenguaje grotesco y en el estrés de su presión sistólica y en su alteración mental inconsciente.

Por su sentido de pertenencia de los empleados, sus maltratos verbales en el interaccionismo socio-laboral-tripolar: jefe, ambiente y subalterno, y en su exteriorización expresiva-motora cognitiva, califica como modelo para un estudio de casos.

Altos directivos pisotean la Constitución, la Ley de Función Pública y el Código Laboral, y se libran de las querellas judiciales por el temor de sus subalternos a perder su trabajo. Prefieren, amargamente, seguir sufriendo, en el transferer de la excitación y la cólera de aquellos que, en ese silbato, reiteran su resistencia a los cambios.

No bastan las inyecciones tranquilizantes, los cursos, maestrías ni los doctorados. Para su “security pacific” tienen que encampanarse en el auxilio de psicoterapeutas, de ejercicios de yoga o en las prédicas del trono religioso, con sinceridad, para que les saquen las toxicidades de sus cerebros y pantorrillas.

A los de las falencias con disonancia cognitiva precitados se les ofrece la oportunidad de participar en la construcción de nuevas representaciones en la compatibilidad y la complementariedad, ausentes de conflicto/distracción, para la focalización, el anclaje y la computación de la nueva semántica del jefe perfecto.