En una conferencia que dictara hace unos años en Estados Unidos, el doctor Leonel Fernández Reyna afirmaba que no era posible un liderazgo sin causa. Es decir, el líder no surge por contingencias ni por momentáneas coyunturas, sino que debe haber causas sociales más duraderas para que se conjuguen las condiciones de emergencia de un liderazgo que se habría ido acrisolando.
A las habilidades gerenciales y la inteligencia interpersonal, condiciones necesarias para conformar la personalidad del líder, le agrega Fernández las causas sociales que un guía debe tener como principio y raíz de su liderazgo. En una época de tendencia antisocial el caos consolida a una figura con formación y carisma. Emerge para reencauzar hacia nuevas posibilidades al grupo, si aceptamos los planteamientos de Luhmann.
Sin embargo, hoy se registra una caída de trayectoria real en el país, no solo en el ámbito de la política donde ya es una verdad de Perogrullo –y quizá consecuencia del descalabro de los partidos –sino que podemos verlo en todas las instituciones de la vida nacional. Líderes efímeros, líderes pretéritos, líderes sin liderazgo, líderes que se hacen obsoletos antes de ejercer un real proyecto orientado a alguna causa.
Parece que con los trabajos sociológicos de Zygmunt Bauman, todos hemos descubierto la rápida obsolescencia de los hechos sociales y la banalidad cotidiana en que vivimos, entre cuyos orígenes cabe resaltar la amnesia colectiva que sustituye un evento por otro sin guardar las trazas del primero y sus efectos sobre la vida de los sujetos que reprimen y olvidan para poder ingresar al orden social interobjetal. Vivimos en desplazamiento constante de la memoria hacia un olvido “conveniente” y cómodo.
El liderazgo banal crece en mitad de la sociedad de la banalidad. El sujeto light usurpa posturas temporales líquidas de dirigente, debido al vacío moral y ético de la sociedad que va del bien-estar al estar-bien. El pragmatismo utilitarista convierte a este líder light en un objeto descartable, una vez obtenidos los beneficios espurios que se buscan con el poder. Riferos, comberos, camioneros, comediantes y cualquier otro sujeto con algún recurso de aglomeración, levanta candidaturas y usurpa curules fugaces, en los espacios más inusitados y asombrosos.
Con la misma facilidad con que tiramos al olvido objetos y actores sociales, también levantamos otros a quienes les atribuimos un protagonismo que pronto olvidaremos. El desenfreno consumerista nos lleva a adquirir “bienes” para luego preguntarnos para qué sirven, y ese mismo desenfreno nos lleva a construir dirigentes sin estructura. Admitimos un nuevo dispositivo sin conocer todavía la real función del que desechamos. Así, llamamos líder a cualquiera sin cuestionarnos sobre el sentido de serlo. Hemos fundado el liderazgo líquido.
Como aquel filme donde un hombre llega a un extraño pueblo en que todos lo llaman “caballo”, hasta que el mismo queda convencido de que lo es, etiquetamos a alguien como líder por coveniencia coyuntural y hasta él mismo termina creyendo que lo es. En el gran mercado social, a pesar de la resistencia de unos pocos, la presión es para que nos asumamos mercancía. Vendernos y comprar a otros es lo que nos propone la sociedad actual. Abrimos así el mercado de “lideres” con escaso valor de cambio y un valor de uso fugaz.
Mercancía al fin, la lucha es por mercadearnos y, sabiendo que seremos pronto obsoletos, sacar el máximo de beneficio en un tiempo breve. Así, nos vemos impelidos a pretender liderazgo donde solo hay poder transitorio. Mercancía versátil, el sujeto busca posicionarse aunque carezca de los atributos pertinentes. Nos auto-designamos profesionales, héroes, maestros, dirigentes, dependiendo de breves oportunidades alcanzadas sin méritos ni atributos.
El lugar del grupo desaparece, puesto que con la muerte del liderazgo no se fundan organizaciones sino pandillas. La diferencia estriba en que las organizaciones son grupos funcionales que actúan en beneficio de la unidad que ella constituye; la pandilla, por su lado, es una heteromorfa estructura donde cada uno busca sus propios intereses. En ese magma de búsqueda de ventajas no puede haber ningún liderazgo real, solo falsos distribuidores de canonjías.
En este escenario los principios, documentos, estatutos, normativas de la “organización” se convierten en letra de ocasión según convenga a la pandilla. La comunicación institucional no encuentra canales adecuados, y los trapos se ventilan en los medios sin ningún temor del daño al aparato organizativo, pues ya se sabe que tal aparato es inexistente.
Mientras, los que todavía creen en el bien común e importantizan los aparatos organizativos para la obtención de metas sociales, esperan la emergencia de un liderazgo que nunca sería por generación espontánea, como preconizan ciertos ingenuos, cuando afirman que son las circunstancias las que generan las condiciones para el surgimiento de un guía, olvidando la multicausalidad.
Esas “condiciones” son la compleja emergencia de múltiples variables donde los sujetos juegan un impostergable rol. Por ello las causas de un líder son precedidas por las del sistema: conjunto de expectativas y aspiraciones que cohesionan a sus miembros. No hay liderazgo egoísta, individual y propio. El líder separable de los intereses del grupo es falso, banal, light. Ibiddem.
El autor es psicólogo y profesor de la UASD.