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Los retratos de Lorenzo abundan en los museos florentinos, así como las estatuas de Cayo Cilnio Mecenas, y este fenómeno se ha venido repitiendo a lo largo de los siglos y, posiblemente el ejemplo menos auténtico, es el de uno de nuestro mecenas, el doctor Joaquín Balaguer, al que nunca se le ocurrió procurarse un busto con su figura, ni cabildear junto a los lambones y trepadores que asediaban sus administraciones, el nombramiento de calles con su nombre. Sin embargo, estoy seguro que Balaguer conoció la importancia de su mecenazgo de Estado y la trascendencia del mismo, un ejercicio muy diferente a los mecenazgos individuales practicados por Cayo Cilnio y Lorenzo.
Ni Ramsés ni los faraones que le antecedieron y sucedieron fueron protectores o benefactores de las artes y la literatura, porque éstas no funcionaban en el sistema social egipcio, tal como se practicaron posteriormente en Grecia, ya que fue durante la administración de quince años de Pericles en donde se dio inicio a un mecenazgo de Estado, un sistema para el cual no se había acuñado aún ni nombre ni registro histórico.
Hay, sin embargo, una similitud entre Pericles y Lorenzo de Médicis, una cierta conexión que se asienta en el poder pero que se bifurca y aleja desde la plataforma estratégica: Lorenzo era un banquero que proporcionaba desde los fondos familiares la ayuda a los artistas, escritores y filósofos; mientras que Pericles, discípulo del músico Damon y del filósofo Anaxágoras, amigo inseparable del dramaturgo Sófocles, del historiador Heródoto, del escultor Fidias (quien le realizó varios bustos) y del sofista Protágoras, ordenó la construcción del Partenón en la Acrópolis y patrocinó el arte y la literatura con los dineros del Estado ateniense.
No hay que descartar que Pericles pudiera ser el ejemplo-a-seguir de Cayo Cilnio Mecenas, a excepción del triste final del estadista griego, que fue sacado del poder bajo una acusación de malversación de fondos. Podría ser, tal vez, que esta sea una de las razones que han propiciado que al protector y patrocinador del arte y la literatura se le sustantive Mecenas y no Pericles.
Diógenes Céspedes: ¿Es esta la única importancia que le ves? ¿No habría en la sistematización de la protección y el patrocinio del arte y la literatura alguna otra búsqueda clandestina?
Efraim Castillo: Ese podría ser sólo un aspecto de la importancia.
Tanto Cayo Cilnio Mecenas como Lorenzo de Médicis y el Papa Julio II, entre otros patrocinadores históricos de las artes y las letras (y voy a echar a un lado el rol de Pericles), visionaron y procuraron su incursión en la inmortalidad mediante la simple compra de un boleto que les permitiría encontrar el talento adecuado para protegerlo y administrarlo, sistematizando un mercadeo que amplificaba una práctica aparentemente filantrópica, pero que se desconectaba de ésta porque, contrario al mecenazgo, que grita su acción en la filantropía, el protector no da la cara, sino que ejerce su praxis desde el más puro anonimato.