El funcionario tenía necesidad de completar el número de colaboradores que le asistiría en su oficina, de manera específica en labores secretariales.
Una persona que le merecía confianza le había recomendado una egresada de una universidad donde su expareja ejercía labores administrativas.
Le aseguró que reunía el perfil adecuado para las tareas que debía asumir y, lo más importante, afirmaba que se adecuaba a las caraterísticas conocidas del empleador, en las que resaltaba el rigor que demandaba en las actuaciones de quienes le servían en el desempeño de sus actividades.
Era una persona sencilla, de buenas relaciones interpersonales, abierto a que quienes requirieran algo de él se le acercaran y se lo comunicaran.
Todos salían satisfechos porque de no solucionarles sus problemas, les ofrecía explicaciones que generaban comprensión e incluso gratitud.
Pero no se resignaba ante la ausencia casi absoluta de seriedad con la que asumían sus deberes los empleados del sector público.
Lo que más le irritaba era la escasa valoración que hacían de trabajos para los que no siempre estaban capacitados, y por los cuales recibíann remuneraciones que superaban por mucho a los del sector privado, a los cuales jamás tendría acceso porque los criterios de ingresos se relacionaban con análisis pormenorizados de hojas de vida, siendo ajenos a retribuciones desvinculadas de los requerimientos laborales.
Eso explica el afán desmedido de tantos por insertarse a como dé lugar en la nómina estatal. Más salarios por menores exigencias.
Llamó a su amigo para que le concertara una cita con su recomendada. Al cabo de unos días estaban reunidos.
Después de una breve conversación, sin que la joven le produjera una especial impresión, la remitió a la dirección de gestión del talento humano para que le hicieran las evaluaciones correspondientes.
Solicitó los resultados para analizarlos desde su particular visión de las cosas. Fue tanta su sorpresa por el desastre que tenía en sus manos, que sintió necesidad de hacerle algunos cuestionamientos, para lo cual pidió que la volvieran a llevar ante él. No quiso adelantarle nada a quien le había hecho la sugerencia, mientras no volviera a hablar con ella.
Cuando se reunieron, soltó la primera pregunta sin rodeos: ¿A qué se dedica? Imparto docencia en una escuela pública de un sector de la zona norte de la capital, fue su respuesta. Resultó suficiente para descubrir, de golpe, las explicaciones a lo que le mostraba la cotidianidad de su oficio.