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Mal vaticinio, buen final

Mal vaticinio, buen final

Pedro P. Yermenos Forastieri

Al transcurrir el tiempo, no lograba distinguir cuál sensación había resultado más profunda: La alegría del primer trabajo o su impacto al conocerla. En efecto, se había preparado con mucha dedicación y anhelaba empezar a aplicar sus conocimientos. Por eso, aquella llamada informándole que había sido aceptado como profesor en uno de los principales colegios de la capital, lo llenó de emoción.

Al presentarse a completar una serie de requisitos burocráticos para formalizar su ingreso, lo hicieron pasar a la secretaría de la institución. Ahí estaba ella, directora de esa dependencia, quien tenía la responsabilidad de recibirlo. Bastó un simple intercambio de palabras para que él, inteligente, culto y perspicaz como era, se percatara de que estaba ante una mujer especial, que despertó su inmediato interés por comprobar la veracidad de aquella deslumbrante impresión.

Cada día estrenaba diversas estrategias para provocar contactos con ella, los cuales, no hacían más que incrementar su convencimiento de que había encontrado el perfil femenino largamente esperado para compartir su vida. Una paradoja lo llenaba de incertidumbre: En la medida que fueron cultivando una amistad, más reafirmaba su criterio de que, pese a tantas cosas en común, tenían caracteres abismalmente distintos.

Él era tímido; retraído; de andar pausado; con una calma desesperante; de conversación sosegada y de compañías reducidas. Ella, vivaz; intensa; de discusiones estridentes; llenaba los espacios que ocupaba; vocación de líder y creadora de circunstancias excitantes. No obstante, ambos amaban el arte; la literatura; el teatro; la cultura.

Él se enamoró intensamente de ella. La única concesión que recibía era su sincera amistad. Decía que dos personas con características tan opuestas no prosperarían en nada con aspiración de permanencia. Él estaba decidido a no rendirse. En el cumpleaños de la mujer que le quitaba el sueño, se jugó el todo por el todo. Le propuso que fueran novios, intentando persuadirla de que sus gustos afines terminarían derrotando sus diferencias.

Para su sorpresa, la respuesta fue afirmativa. Siete meses después eran esposos. La madurez que trajo el tiempo vino acompañada de la solidez que fortaleció una unión sustentada en firmes principios y valores. Crearon una familia de tres hijos y cinco nietos. Pese a los embates propios de todo proyecto común, superaron sus crisis.

Estaban felices el día en que, rodeados de sus íntimos, celebraban 75 años de aquella mujer que, por su arrebatadora personalidad, dejaba huellas indelebles en quienes disfrutaban su solidaria cercanía.