convergencia Opinión

Manolo y Caamaño

Manolo y Caamaño

Efraim Castillo

Pérez abandonó el restaurante Roxy y sintió la brisa fría -esa brisa que sale a pavonearse en las medianoches de la calle El Conde- golpear su rostro. La sintió refrescar sus ojos, impregnados por el humo de los cigarrillos y el aire viciado del Roxy. Entonces caminó hacia el Baluarte y observó la luz de los viejos y nuevos letreros con nombres conocidos y desconocidos: la fábrica de camisas Comander, el de una nueva heladería, el de la tienda de discos Musicalia, el del hotelito-pensión Aida en la esquina Santomé, el de la sastrería La Coruña en la Espaillat.

Observando la calle con el asfalto brillando bajo las luces de neón, Pérez se contempló a sí mismo cantando canciones revolucionarias y caminando vestido de caqui con la camisa desabrochada junto a los poetas Miguel Alfonseca, Héctor Dotel, Grey Coiscou y los pintores Silvano Lora y Condesito; vio a la pecosa Graciela corriendo con un policía detrás y luego su fálico garrote golpearle la cabeza. Oyó la vieja canción de los partisanos italianos, «O bella ciao», modificada por Miguel y Jacques Viau para mortificar al Consejo de Estado:

«Una mañana, de sol radiante, | o bella ciao, bella ciao, bella ciao, | ciao, ciao, | una mañana, me he despertado, | y he descubierto al invasor. | ¡Oh! catorcista, me voy contigo, | O bella ciao, bella ciao, bella ciao, | ciao, ciao…»
Pérez sintió que estaba a punto de llorar, porque ahí, en El Conde, había un pedazo de él y ahora era refugio, asilo, calvario, no de los lúmpenes de antaño, donde el asedio de los pedidores de café y cigarrillos era sólo parte de la historia, sino por los actuales vagos de ahora, llenos de vicios y cargadores de residuos que pululan por ella.

Sí, el establishment se había tragado El Conde; el sistema había podido sacar de circulación a la calle indómita, convirtiéndola en una copia al carbón de la 42 street neoyorkina: drogas, prostitución, raterías; mientras allá arriba, en la esquina Hostos, perdida para siempre en el marasmo de una cronología maldita, la figura fantasmal de Manolo saluda desde un balcón a la multitud de las cinco y media de la tarde, antes de iniciarse el programa del 1J4, y de que el grito «¡Tierra para los campesinos!» estremeciera los aires y la violencia policial descuartizara ferozmente las jóvenes aspiraciones de hombres y mujeres con anhelos de igualdad.

¡Ah, 1975! ¡A tan sólo doce años de distancia de Las Manaclas, a diez años de Abril y a dos años de Caracoles! Estas fechas comprimían la cabeza de Pérez y sobre sus pensamientos se abatió, de golpe, la maldita realidad: estaba aún en El Conde y cerca, muy cerca, únicamente a unos doscientos metros, estaban Abril y Caamaño. Si, allí, frente al Baluarte, agitando los brazos y gritando, casi emulando a los rebeldes históricos: «¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!»

(Fragmento del Capítulo VII de «Currículum (El síndrome de la visa)». 1982)