La violencia armada recorre hoy al mundo. Cuando se recuerda un aniversario más del lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón, las grandes potencias se calientan en la lucha de mercados.
Las dos guerras mundiales buscaban la partición de los mercados económicos. Se fraccionó Europa y emergieron los Estados Unidos y Rusia, la vieja Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas.
El miedo a una nueva explosión nuclear, sabiendo el gran poder destructor en los arsenales de las potencias soberanas, ha permitido mantener la paz en gran escala.
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Pero al día de hoy se dan los conflictos de baja intensidad, que por cualquier provocación o falta de tino, podrían llevar a una guerra de alcance universal. El más preocupante es el de Ucrana y Rusia. Podría provocar un choque directo con los Estados Unidos y Rusia, pero lo económico se impone.
Las potencias están interesadas en tener mercados en expansión para sus recursos, y lo demás es retórica. A pesar de las amenazas a la paz mundial, Estados Unidos y Rusia no darán un salto al vacío por Ucrania. Si sé irán aumentando los choques de baja intensidad, entre países en las áreas de influencia de las grandes potencias.
Valga decir que la económica y la política del siglo 21 están divididas entre los Estados Unidos, China y Rusia. Europa será parte del paquete, siempre que negocie como ente colectivo. Los países europeos, actuando en forma individual, han dado un resbalón que los saca del conglomerado de los grandes.
Para el tercer mundo, tierra de promesas inalcanzables, la lucha es por justicia social. Por suerte, América Latina está hoy en paz, y se cuentan en minoría los países que tienen conflictos armados. Siempre se debe privilegiar una agenda de paz y desarrollo.
Para Latinoamérica la paz está en el camino de lograr un equilibrio entre pobres y ricos, mejor distribución de las riquezas, un capitalismo de rostro humano y asalariados que vivan con dignidad y respeto a sus derechos humanos.
Hay todavía un camino muy largo por recorrer, pero siempre el mismo se debe transitar con la bandera de la paz y el diálogo. Donde todavía haya vestigios de las viejas guerrillas, como es el caso de Colombia, deben continuar los esfuerzos por una pacificación total.
Haití es caso aparte. Un territorio donde nunca ha florecido la democracia y que por siempre ha estado sumergido en la miseria extrema. El mundo necesita un detente de las luchas armadas. Hoy, la paz debe ser la consigna universal.
Manuel Hernández Villeta