El entrañable amigo y hombre nuevo en una sociedad vieja, Ramón Antonio -Negro- Veras, nos envió su más reciente libro, titulado “El presidente Jorge Blanco y yo”. Lo recibí como un ladrillo luminoso, y con más interés y satisfacción que si fuera un lingote de oro.
Aunque ya habíamos leído el contenido de la obra, publicado, en su mayor parte, en la columna que Negro mantenía en este periódico El Nacional, y en que compartíamos espacio desde hace más de treinta años, nos impactó volverlo a leer en la versión completa que hizo para el matutino El Caribe.
Pero tener ahora esos trabajos, que eran mortales en espacios periodísticos, recogidos en un libro que los inmortaliza, es una nueva oportunidad para releerlo. Y comprobar las variaciones de estilo y la fidelidad de fondo al texto original, representa una aventura lectora edificante.
Confesamos que volvió a impactarnos los desaguisados narrados en la obra, por nuestra gran amistad con Salvador.
Este gran libro es una oda a la amistad. Brota, con transparencia de arroyo cristalino, del alma estremecida de un paradigma de hombre público, de un jurista completo y de un escritor de garras, por toda la verticalidad y patríotica trayectoria de su vida. Ciertamente, en las páginas de este libro el lector comprenderá el sentido más elevado de la amistad y de la vocación de servicio abnegado a favor de los demás.
En la obra se narran los hechos más relevantes del vínculo afectivo y profesional de Negro con el, primero, jurista de fuste que fue Salvador y, luego, el deber cumplido, con alto sentido de criticidad, frente al presidente de la República.
Negro nunca sacó provecho personal de esa administración.
Resulta evidente que el jefe de Estado que fue Jorge Blanco no comprendió el invaluable aporte que su compañero de oficina de abogado le hacía al criticar las manifestaciones de corrupción, de violaciones a los derechos fundamentales y otras debilidades de su gestión gubernamental. Eran posiciones políticas, no antagónicas, para que el amigo frenara los desafueros de malos servidores públicos que designó en altos niveles y para que salvara su imagen nacional. Jorge Blanco lo asumió como un problema personal.
Por eso es que, en la mañana del 26 de diciembre de 1985, el presidente Salvador convoca a su leal amigo y en la terraza de su casa de Santiago, le dice: “Veras, te he convocado para decirte que llegó el momento de separarnos de la oficina.” Y, con el alma sobrecogida y la dignidad en alto, Negro le responde: “No hay ningún problema, acepto tu decisión, solamente te pido que me des un corto tiempo, en lo que busco un espacio donde mudarme.”
Es conocida la historia de atropellos que sufrío nuestro autor por parte del Gobierno. Hasta Salvador se arrepintió.