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Niño malcriado

Niño malcriado

Pedro Pablo Yermenos

Hijo único de dos personas que, su edad, descartaba que pudieran engendrar otros descendientes. Aquello fue regalo tardío de la vida, y estaban dispuestos a hacer lo necesario para disfrutarlo al máximo. No obstante, como la única riqueza que poseían era material, confundieron el mecanismo para lograr su propósito.

Desde la llegada del vástago, lo rodearon de todo el oropel que sus amplias posibilidades permitían. Se desesperaban con el más ligero llanto que emitía y creían que el mundo se derrumbaba con una simple gripecita que le afectara.

Como era previsible, al transcurrir el tiempo, la criatura fue descubriendo, de forma intuitiva, herramientas de las que disponía para manipular esos improvisados primerizos, impedidos de dejar de serlo.

Sus terribles alaridos eran su arma infalible para exigir comida cuando quisiera sin importar la hora del día o la noche; para que lo cargaran cuando así le apetecía y para obligar que lo llevaran, al margen de la imprudencia de asistir con un niño a ciertos lugares.

De esa manera fue creciendo un ser humano provisto de las distorsiones para frustrar el anhelo de unos padres que pagarían de mala manera el resultado de una forma de ser que les conducía a ignorar que la ausencia de límites es el camino seguro que conduce al fracaso y a la tragedia vivencial. Lo peor es que esas características impiden reconocer los yerros propios y todo es atribuido al designio divino que ya sabrá por qué dispuso enviar un personajito tan enrevesado.

Su rendimiento en la escuela no podía ser más desastroso.
Las donaciones al colegio; los fabulosos obsequios a profesores con inocultable connotación de soborno, evitaban la merecida expulsión del centro porque los hechos no se dejaban llegar a la configuración de lo establecido en los reglamentos.

Pero los resortes que impulsaban el declive eran irreversibles.
Los vicios empezaron a dominar a un cerebro tan deficitariamente nutrido por carecer de los insumos emocionales que determinan la resiliencia humana ante la adversidad.

Las madrugadas se hacían eternas esperando al caballerito que, cuando aparecía, estaba en tal nivel de inconciencia que al día siguiente no recordaba nada y su frenético propósito era reiniciar la francachela.

Poco después llegó el final.
Intentando encontrar la ruta del regreso a casa se desplomó. Cayó sobre la cuneta fétida y solo el aguacero tórrido disminuyó el asco. Los brazos negruzcos y perforados de pinchazos eran visibles a la distancia.