Garantizan futuras generaciones llenas de gracias. Seguras, productivas, creativas, capaces y, sobre todo, justas. La tristeza es una maleza que debe ser apartada del camino por recorrer cada niño del planeta.
Impronta del regocijo, el amor deja su marca en la seguridad y la gracia que nos prepara para la plenitud. La formación temprana se alimenta del arrullo. No en vano, los pechos que alimentan a nuestras tiernas crías están a la par con los brazos. De ahí que el abrazo sea un nutriente tan eficaz como la leche materna. Fuentes de crecimiento del cuerpo y el alma.
La formación familiar, en tanto preámbulo de la enseñanza primaria, ofrece los primeros pasos hacía el camino de una infancia feliz. Como preparamos o bendecimos la tierra para los mejores cultivos. Así, cada primavera es el reinicio, continuación, de la escuela. Etapa que también debe estar plagada de alegría. Nunca habrá excusa para para la tristeza y el maltrato a los quienes seguirán nuestros pasos.
De ahi que todo cuanto niegue esta propuesta propenda a la destrucción, sino al menoscabo, de cualquier plan de vida a largo plazo. Toda gran obra es el resultado de muchos años de trabajo conjunto e ininterrumpido. Descuidar el provenir trunca la posibilidad de ir más allá.
La antorcha recibida de nuestros padres debe seguir la marcha. Y mantenerla viva va a depender de lo que hayamos hecho para asegurar la fortaleza y el arrojo -audacia para el triunfo inevitable-, de quienes seguirán el camino. Ahora por nuevos senderos, con particulares formas y dimensiones. Diferente ruta, por supuesto, a la que nos tocó transitar.