En 2019, la reconocida antropóloga dominicana Tahira Vargas, realizó un estudio titulado: Masculinidades y Violencia de Género en zonas rurales y urbano margi-nales de cuatro provincias del país, llevado a cabo el Gran Santo Domingo, San-tiago, San Cristóbal y San Francisco de Macorís, en distintos estratos sociales, contextos rural-urbano marginal, así como con diferentes grupos etarios (adoles-centes, jóvenes y adultos).
La investigación de 71 historias de vida a personas del sexo y/o cuerpo mascu-lino, confirmaba errores frecuentes, tal que la socialización en las familias nu-cleares como el espacio perfecto para formar agresores de mujeres, modelo fami-liar con mayor influencia en la vivencia directa de la violencia de género, inclu-yendo el acoso y la violación sexual, que se genera en el propio hogar, donde niñas aprenden a “sufrir en silencio”, y los niños a ser agresores de mujeres.
El trabajo de Vargas mostró datos que, a pesar de haber sido enarbolados en otras latitudes, nunca habíamos comprobado como circunstancias nuestras, con-firmando la mayor o menor adhesión a los roles tradicionales masculinos que existen aquí, como un factor de riesgo para ser un agresor.
Evidenciaba cómo las causas de la violencia se identifican con la naturalización de las relaciones familiares violentas, con la negación de reglas de autocontrol en la construcción de la masculinidad y la imposición autoritaria del poder masculino frente a cualquier conflicto, entre otros factores que retratan el aprendizaje de la agresión contra las mujeres.
Empezando el mes de noviembre y conocida la preocupación acerca de los femi-nicidios, como último acto en que culmina la violencia misógina de género, sea en escenario público o privado, la investigación de Vargas, un aporte importante a tomar en cuenta, nos recuerda que la masculinidad dominicana necesita ser es-tudiada más a fondo para legislar sobre la erradicación de las VGCM.
Los factores que producen la Violencia Basada en el Género Contra las Mujeres están presentes en nuestra sociedad dominicana porque no hemos invertido es-fuerzos ni dinero, para modificar comportamientos y seguimos siendo una comu-nidad nacional con prácticas discriminadoras a mujeres y niñas.
Fuera de campañas, talleres, encuentros, marchas -muchas veces con participan-tes agresores- y actividades puntuales, no se establecen estrategias serias de desmonte, a través de los medios, de la educación, en la prestación de servicios de salud, en la práctica política administrativa del Estado de los últimos sesenta años, sea quien sea el partido a cargo.
Así, empezamos noviembre recordando que la VGCM y el feminicidio que sufren las dominicanas son temas para hombres.

