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Con el peso del dolor, José Peralta-Michel prosigue su narración:
Mi hermano Alfredo Antonio era parte de la avanzada insurreccional del 1J4, que fue enviada por Manolo Tavárez para pactar la rendición de la guerrilla, atendiendo la promesa hecha por el Triunvirato de que se respetarían las vidas de los insurrectos. La avanzada la completaban nuestros primos Emilio Cordero Michel, Leonte Schott Michel y Monchi Martínez, quienes partieron al caer la tarde del día 21 de diciembre de 1963.
En el instante en que la avanzada, portando banderas blancas, se encontró con una patrulla militar, ésta tras recibir desde la jefatura la orden de liquidar al grupo, abrió fuego. Alfredo Antonio cayó inconsciente y mal herido por un disparo encima del corazón.
La patrulla militar redobló la búsqueda del grueso de los guerrilleros, y Alfredo Antonio logró incorporarse y bajar hacia una hondonada, cayendo exhausto a orillas de un río, donde fue encontrado, aún con vida, la mañana del día siguiente (22 de diciembre) por militares guiados por campesinos. Como la orden era irrestricta, allí fue vilmente ultimado mi hermano Alfredo Antonio.
»Ese mismo día, en horas de la tarde, llegó sigilosamente a mi casa Rubén Darío González, la persona encargada del SIM, para informarnos de la muerte de los insurrectos comandados por Manolo Tavárez, en Las Manaclas.
Rubén Darío era, clandestinamente, aliado a nosotros y ya nos había alertado el 19 de noviembre sobre el proyecto continuista del trujillismo. Naturalmente, la noticia me conmovió y más aún porque tenía la información de que Alfredo Antonio formaba parte de ese frente guerrillero».
Este suceso, leído así, como si fuera otra de las sensibles tragedias vividas en los últimos sesenta años, parecería formar parte de una narrativa histórica no escrita, adhiriéndose a muchos de los hechos acaecidos en el país, sobre todo aquellos que la cronología oficial teme reconocer y permanecen a la espera de que textos como «Las décadas de mi vida» los reivindiquen para ser asentados en los registros históricos. Porque, ¿qué es la historia después de todo, sino un escrutinio donde se desgajan mitos, anécdotas y patrañas para arribar a la verdad?.
Afortunadamente, Peralta-Michel, como el Walter Benjamín de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (Taurus, 1989), introduce en la narración un dolor reclamado, esa lágrima que pende en los ojos del doliente y es motivo fundamental de otro dolor suspendido en percepciones que conllevan, por lo regular, al odio.
Sin embargo, Peralta-Michel, en su texto, exorciza los demonios del rencor y la inquina, convergiendo en un estado de quietud, de paz, de estoicismo, donde la importancia de su propio existir se proyecta hacia un hacer-para-evolucionar; en una clara manifestación de obviar la venganza y fortalecer su carácter, el cual, desde la niñez, lo ha impulsado a fundar clubes deportivos, asociaciones culturales, crear modelos de marketing de servicios y compañías agroindustriales, siempre enarbolando la consigna vital de su vida: «La amistad como servicio para mejorar la sociedad».