La explosión de las tecnologías de la información y la comunicación, el libertinaje en las redes sociales, la mercantilización de todo, el culto y promoción de banalidades y la preferencia por individualidades en busca del interés personal y no del beneficio colectivo, son hoy desafíos del periodista.
El oficio de informar, entretener y educar desde la magia de los medios de comunicación de masas se ha trastocado con el uso masivo de plataformas tecnológicas, y en ocasiones falsas cuentas y “usuarios”, desde donde emergen nuevos pontífices mediáticos impulsados por “miles” de vistas y seguidores.
Viejas teorías ruedan por el suelo con ascenso de la opinión “enredada” que parece superar la hegemonía de la otrora poderosa opinión “publicada”, llamada “agenda setting”, mientras cada vez es más difícil definir la “opinión pública” por efecto de influenciadores que imponen temas y tendencias.
Los cambios deben ser asimilados como nuevas realidades y avances tecnológicos, sin despreciar el rigor que impone el ejercicio de un oficio de enormes responsabilidades sociales, como el periodismo, y que tiene como producto un bien colectivo de primera necesidad que es información pública.
Las redes sociales y su contenido no son periodismo, como tampoco opiniones variopintas, externalidades subjetivas en ejercicio de la libertad de expresión y difusión del pensamiento sin censura y solo con los límites legales, pero el común de la gente suele confundirse y no sabe verificar datos.
Hoy (ayer), día del periodismo en el país en honor al Telégrafo Constitucional de Santo Domingo (1821), es válido reflexionar para mantener el compromiso ético de servir a la verdad y justipreciar la credibilidad como baluarte profesional para que el público pueda forjarse una perspectiva de la realidad.