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Personajes de Shakespeare

Personajes de Shakespeare

Eduardo Álvarez

Nadie antes de Shakespeare había logrado hacer de personajes llevados al teatro, seres humanos tan reales y convincentes. Harold Bloom sostenía que antes de Shakespeare, las mujeres y a los hombres envejecían y morían sin cambiar. Simplemente se despliegan sin desarrollarse ni concebirse de nuevo a sí mismos.

En el genio dramático del Bardo, se escuchan hablar, a sí mismos o mutuamente. Espiarse acaso hablando es su camino real hacia la individualidad, “y ningún otro escritor, antes o después de él, ha logrado tan bien el casi milagro de crear voces extremadamente diferentes aunque coherentes consigo mismas para sus ciento y pico de personajes principales y varios cientos de personajes menores claramente distinguibles”.

El teatro siguen siendo el límite exterior del logro humano: estéticamente, cognitivamente, en cierto modo, moralmente, incluso espiritualmente. Hamlet, precursor de Freud, sigue provocando que todos aquellos con quienes se encuentre, en la época que sea, se revelen a sí mismos, ejerciendo sobre los personajes de su entorno un efecto especial. Julio César es más vívido y real en la representación de Shakespeare que en la biografía contada por Suetonio.

Extrapolado a estos tiempos, Falstaff no aceptaría que nosotros le fastidiáramos, si se dignara representarnos. Seguiría siendo irreverente y fiel a sus lúcidas y encantadoras particularidades y ocurrencias. Prototipo de la irónica honestidad que puedes encontrar en el enfado, Falstaff, puede ser benigno como Rosalinda o pavorosamente maligno como Edmundo. “Va claramente más allá de nosotros, como Hamlet, Macbeth y Cleopatra”, apuesta Bloom.

El carácter occidental, el ser interior como agente moral puedes hallarlos Homero y Platón, Aristóteles y Sófocles, la Biblia y San Agustín, Dante y Kant. Pero la personalidad, como hoy la concebimos, es una invención shakespeareana. “Y esta no es sólo la más grande originalidad de Shakespeare, sino también la auténtica causa de su perpetua e inmensa presencia.

Así, en la medida en que valoramos nuestras propias personalidades, nos convencemos de que hay en nosotros mucho de Falstaff y de Hamlet. Extraño poder con el que Shakespeare logra transmitir la personalidad más allá de la más compleja o sencilla explicación.