Articulistas Opinión

Pobre hombre

Pobre hombre

Pedro P. Yermenos Forastieri

Culparlo del todo no sería justo. Su infancia y adolescencia fueron traumáticas. Con padre proveedor de cosas materiales, pero incapaz de ofrecer un pequeño gesto de ternura. Lo trataba con dureza y jamás le reconocía nada, pero estaba al acecho de su más insignificante error para recriminarlo. Eso hizo de él una persona insegura, con autoestima en el suelo, que vivía siempre a la defensiva, suponiendo que nadie se le acercaba que no fuera para intentar dañarlo.

Por eso, sus relaciones interpersonales eran desastrosas. No sostenía una amistad y menos un amor por largo tiempo, quedándose cada vez más solo, arrinconado en un pequeño espacio vital apenas acompañado de su sombra y rumiando sin cesar sus frustraciones. El alcohol se convirtió en su único aliado.
Nunca tuvo motivos para agradar con flores

Al comprar unas flores que le encargó un amigo, conoció aquella mujer que lo deslumbró desde que, por primera vez, sus miradas se cruzaron. Era la dueña de la floristería. Nunca tuvo motivos para agradar con rosas u orquídeas. No obstante, para verla, se gastaba unos pesos cada corto tiempo, usando esa acción como pretexto para lanzar el anzuelo con el cual, pretendía atrapar esa presa que lo excitaba como nadie lo había hecho. “Será mía o de nadie”.

Aquella obsesión de posesión recayó sobre el espíritu debilitado de esa laboriosa mujer. Separada del papá de sus tres jóvenes hijos, quien cayó en depresión al derrumbarse la solidez económica que había alcanzado importando mercancías desde Europa. Se levantaba de madrugada a comprar las flores para surtir su incipiente negocio. Tenía incorporado sus descendientes a sus faenas y, en honor a la verdad, se sentía saturada.

Todo eso configuraba un terreno propicio donde podía germinar cualquier semilla al margen de la desgracia implícita que pudiese implicar.
La combinación de la insistencia abrumadora de este caballero con su profunda fragilidad, la lanzaron a sus brazos. Al principio, todo iba de maravilla. Por los negocios de él, debían viajar con frecuencia. Desde el primero, sin embargo, se pusieron de manifiesto unos celos enfermizos que hicieron de ella una prisionera, impedida de reunirse hasta con los hombres de su familia porque hasta ellos desataban sus demonios.

Las cosas se agravaron. Sus reacciones eran cada vez más violentas. Aquella noche se fusionaron alcohol y locura. Ni la ilimitada paciencia de ella pudo contener su ira. Empuñó la botella vacía, la rompió con el canto de la meseta. Bastó una estocada.