Con el fin de los gobiernos de Cristina Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, Ollanta Humala en Perú, y la inevitable caída del chavismo en Venezuela, Latinoamérica luce enmarcada en un nuevo giro hacia la derecha política luego de años de desastres de las políticas implementadas por la izquierda. Si bien no puedo evitar sentir cierto “schadenfreude” al ver los resultados predecibles de las políticas implementadas por los “socialistas” y “socialistas del Siglo XXI” de la década pasada, no puedo esconder mi temor por lo que le sustituye.
La mayor desgracia del neoliberalismo fue ver sus planteamientos asociados a los desastres que pasaron como “reformas” en nuestros países en los 90s, donde la corrupción y el populismo descarrilaron los esfuerzos por crear la fortaleza institucional que requiere un verdadero sistema económico liberal y que todavía hoy nuestros países no logran alcanzar.
Esos procesos destruidos por la corrupción le trajeron una década perdida a Latinoamérica donde gobiernos de izquierda aprovechando el boom de los precios de las materias primas, en algunos casos paralizaron y muchos otros destruyeron todos los avances institucionales, la estabilidad en las finanzas públicas y revirtieron muchas de las libertades fundamentales que necesitan nuestras sociedades para ser verdaderamente democráticas.
Ahora que América Latina parece estar despertando de su larga pesadilla socialista, muy mal haría en permitir una reedición de lo acontecido en los 90s, donde la derecha se escudó en la palabra “reforma” y abusó de ciertos conceptos, como el de transparencia, sin de ninguna forma buscar aplicarles.
Debemos ser conscientes que los principios son neutrales y se aplican en la medida que las realidades lo permitan, y que sí, la ruta fuera de nuestro perenne tercermundismo va a venir dentro de la institucionalidad va a venir de demostraciones claras de transparencia y buenas prácticas comúnmente aceptadas.
Pero ello derivará de nosotros mismos y un ejercicio personal de aquello que funcione o deje de funcionar. Donde se prioricen las causas y efectos y los costos políticos pierdan sus relevancias, donde pensemos gobernar para los resultados dentro de 20 años y no las consecuencias para lo que aspiramos que ocurra dentro de 4. Y eso es algo que siempre ha escapado a los deseos de la derecha y la izquierda.