El reloj económico
Si nos trasladásemos al siglo V antes del nacimiento de Jesucristo veríamos a Herodoto de Halicarnaso escribir que el fin de la historia consiste en indagar, buscar, preguntar, reflexionar sobre el pasado, para dar una explicación objetiva de los sucesos presentes, lo que facilitaría proyectar el futuro. En la China del filósofo chino Confucio (que vivió entre 551-479 antes de Cristo) se afirmaba que si se deseaba pronosticar el futuro había que estudiar el pasado.
Obviamente, este artículo no persigue realizar un análisis filosófico sobre la importancia del factor tiempo en el comportamiento de una sociedad, sino evaluar la incidencia de ´los hechos históricos en el desempeño de las actividades productivas, comerciales y financieras tanto a nivel global, como en el marco de un país históricamente determinado, es decir, concreto.
Así, un estudio de las Naciones Unidas revela que el crecimiento económico se aceleró en más de la mitad de las economías del mundo tanto en 2017 como en 2018, donde las economías desarrolladas crecieron a una tasa el 2,2 por ciento en esos dos años, mientras que los países emergentes (que son los más avanzados dentro de los subdesarrollados) registraron un rito de crecimiento del 5,8 por ciento y el 5,6 por ciento en 2018, respectivamente.
Si nos remontásemos a los meses que antecedieron al estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos y su proyección al resto de la economía mundial, dando paso a la Gran Recesión (2008-2009) nos encontraríamos con las estadísticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) afirmando que todo iba de maravillas en la economía mundial, a tal punto que no pocos inversores y economistas llegaron a sostener que la prosperidad había llegado para quedarse, pero…
La economía mundial disparó su tasa de crecimiento en 4,9 por ciento durante el período 2003-2006, superando en mucho la media histórica y donde China ya mostraba el poderoso encendido de sus motores productivos aportando el 1,4 por ciento al aumento de la riqueza global, en tanto EE.UU. tuvo que conformarse con un 0,7 por ciento.
Los ciclos económicos, es decir, los vaivenes, las altas y bajas en el comportamiento de la economía mundial, pero esencialmente la norteamericana, parecían haber desaparecido para dar paso a una época de bonanza productiva, comercial y financiera llamada a perdurar por los siglos de los siglos.
Pero, ¿cómo ignorar la magnitud de los desequilibrios macroeconómicos en Estados Unidos?
Cuando un país –tal es el caso de Estados Unidos- acumula recurrentes déficits fiscales también genera déficits de cuenta corriente que se manifiesta a nivel de la balanza comercial. El déficit fiscal lleva al Gobierno a buscar financiamiento en el mercado, provocando una subida de la tasa de interés de la economía.
Y ocurre que durante la actual Administración del presidente Donald Trump Estados Unidos no ha logrado superar el lastre del endeudamiento público y del incremento del déficit en la balanza comercial, persistiendo un ambiente de incertidumbre ante el desempeño económico para el 2019. Hay que tener visión de futuro para que las sorpresas no afloren.