El primer lugar donde encontramos una mención sobre la fecha del nacimiento de Jesucristo es en tierras egipcias.
San Clemente de Alejandría advirtió que algunos teólogos egipcios, no sólo apuntaban al año, sino también al día del nacimiento de Jesús, asentándolo como el 20 de mayo. Después, comenzaron a barajarse otras fechas del natalicio de Jesús: 19 o 20 de abril y 6 de enero. En el año 221, aunque de manera indirecta, Sexto Julio Africano aludió a que la natividad de Cristo fuese el 25 de diciembre. Sin embargo, la primera mención que nos conduce a esta fecha aparece en el calendario litúrgico de Filocalus, en el año 354.
Filocalus asumió que el nacimiento de Jesús fue el viernes 25 de diciembre del año primero de la Era Cristiana. El día de Navidad no fue oficialmente reconocido hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianceno, los líderes cristianos proclamaron el 25 de diciembre como fecha de la Natividad. Después, en el 350 D.C. será Julio I quien fijó definitivamente para la Iglesia de Oriente la solemnidad de la Navidad el 25 de diciembre, en vez del 6 de enero, junto a la Epifanía.
Sin embargo, este próximo 25 de diciembre conmemoremos los 531 años de la celebración de la primera Navidad en este lado del mundo; aquí, en nuestra isla, llamada de varias maneras por los taínos que la habitaban y por múltiples historiadores: Quisqueya para los aborígenes del lado oriental, Haití para los de la parte occidental, y Bohío, Baneque o Bareque, para los indígenas migratorios del Caribe. Aquella celebración se efectuó en el fuerte que, precisamente, los colonizadores bautizaron Navidad, construido con la madera de la carabela Santa María..
Aunque esa solemnidad navideña de 1492 marcó un hito histórico, es preciso señalar que la primera Eucaristía continental para celebrar la Navidad fue efectuada en La Isabela -la ciudad con que los colonizadores iniciaron la urbanización en este lado del mundo-, celebrada el 6 de enero de 1494, en la Epifanía del Señor. La misa fue oficiada por el padre Bernardo Boyl y doce sacerdotes que habían llegado a la isla en el segundo viaje del almirante. La Isabela fue, durante algún tiempo, el más importante puerto de comunicación entre el nuevo continente y España.
Por eso, la conmemoración de la Navidad de 1492 y la primera Eucaristía de 1494, deberían ser agendas religiosas de primer orden en nuestro país. Pero éstas se pasan por debajo de la mesa, cuando deberían constituirse en motores para pulir la creciente apatía que envuelve la estación del Adviento, una memoria que cada año —con mayor ímpetu— se aleja de su motivo fundamental: la llegada de Jesús al mundo, convirtiéndola en una estación mercadotécnica comandada por Santa Claus.
Ojalá que el recuerdo de aquella Navidad celebrada el 25 de diciembre de 1492 y la Eucaristía del 6 de enero de 1494 sirvan —al menos— para ayudar a que nuestro pueblo comprenda que la Navidad es una oportunidad única para acercarnos al nacimiento de un niño que, ya hombre, revolucionó la historia a través del perdón y del amor.