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Orlando Gomez

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Recientemente se viralizó el dato del Banco Mundial que en 2019 nos puso como el país con el mayor número de muertes por accidentes vehiculares, con 65 muertes por cada 100,000 habitantes bien distantes del segundo lugar, Zimbabwe con 41, y ni hablar del promedio global que es 17.

Entiendo que esto no puede ser explicado por los sospechosos habituales que se plantean como las causas de este problema, por eso mi propuesta es que obtengamos datos más precisos de los accidentes fatales en nuestro país para ejecutar “quick fixes” y “nudges” que reduzcan estas cifras si bien no a los números idóneos, sí a algo que no parezca bordeando lo apocalíptico.

Es importante tener en cuenta que de acuerdo a los números de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), en el 2019 el número de muertes por accidentes de tránsito en la República Dominicana fue de 20 por cada 100,000 habitantes, lo que no parece del todo correcto, pero es la cifra con más detalles disponible. Esta incertidumbre sobre el dato correcto es justo parte del problema.

Las causas habitualmente enarboladas para justificar esta cifra son la falta de educación de los conductores, el consumo de alcohol, la falta de fiscalización de la ley de tránsito y el exceso de velocidad al manejar. Estas causas no me parecen particularmente persuasivas para justificar el número estratosférico de muertes que se presentan de nuestro país. No somos el país peor educado del mundo, ese sería Niger con un índice de educación de 0.249 contra el nuestro de 0.666, tampoco somos los mayores consumidores de alcohol, ese sería Moldavia con un consumo per cápita de 15.2 litros por año comparado con los 6.9 litros de nosotros, y no me parece que seamos los que tenemos menos multas ni los límites de velocidad más altos.

Profundizando un poco en los datos de la ONE, algunas cosas llaman la atención. Las muertes por vuelcos se han desplomado de un pico de 158 en 2010 a apenas 8 en 2019 lo que parece indicar una mejora sustancial en el cumplimiento de las normas tendente a reducir estos accidentes, lo que parece contradecir una de las excusas habituales.

De igual forma, las muertes por atropellamientos han bajado de forma sustancial desde un pico de 493 en 2010 a apenas 300 en 2019, lo que parece sugerir una mejora importante en la seguridad de los peatones en nuestro país, no obstante el habitual pesimismo respecto de este tema.

No obstante esas buenas noticias, esos datos claramente no justifican el dato que motiva este artículo. Al profundizar en los números de muertes por accidente de tránsito podemos notar que las 10 provincias más mortíferas son María Trinidad Sánchez, Monseñor Nouel, San José de Ocoa, La Vega, La Altagracia, Santiago Rodríguez, Azua, Samaná, Puerto Plata y Valverde. También es notable el hecho de que por abrumadora mayoría los accidentes con fatalidades ocurren entre las 6 pm y las 10 pm. Este tipo de datos motivan a que pongamos ojo a nuestras autopistas, el transporte interurbano y la iluminación de nuestras calles y parte de las carreteras.

Pero la realidad es que resulta difícil llegar a conclusiones con los datos disponibles. Sería de mucha utilidad, y propongo, recabar las informaciones de los accidentes con detalles que incluyan el lugar específico donde estos ocurren con el propósito de mantenerlos en un mapa general del país e identificar tramos problemáticos, también sería oportuno establecer una prueba de toxicología mandatoria en todos los accidentes con personas fallecidas y mantener la estadística de esos datos. 

Con estas acciones se estarían dando los pasos iniciales para educar la toma de decisiones para implementar intervenciones rápidas y “nudges” que si bien no nos acercarán, ni por asomo, al promedio global en estas estadísticas, al menos podríamos reducir estos fallecimientos a números menos apocalípticos. Una solución integral requerirá una transformación generacional.