Opinión convergencia

Publicidad dominicana

Publicidad dominicana

Efraim Castillo

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Ramón Oviedo, -posiblemente el hombre más autorizado para explicar el origen del primer departamento de arte publicitario instituido en el país- nos manifestó que comenzando el decenio de los cuarenta ya se producía en el país una publicidad más o menos organizada, de la mano de Homero León Díaz y Miguel Peguero Hijo (Ph), quienes habían fundado una agencia de anuncios con relativo éxito: la Holedi.

Díaz y Peguero Hijo tenían grandes talentos y la mejor prueba de ello fue la trayectoria que desplegaron posteriormente: Peguero Hijo sobresalió en todas las actividades a las que se dedicó, al igual que León Díaz, que participaba en programas de radio y televisión, escribiendo, además, columnas periodísticas y descollando como relacionista de numerosas empresas junto a Máximo Llaverías, quien fue su socio por muchos años.

Otros protagonistas de la profesionalidad publicitaria dominicana, además de Bruno Veram, León Díaz y Peguero Hijo, fue Gilberto Rivera Torres, quien fundó la publicitaria Girito a finales de los cuarenta. La radiodifusión había entrado al país en 1927, siete años después de haberse inaugurado en los EEUU, el 2 de noviembre de 1920. La publicidad radial que se producía entonces era una copia al carbón de la realizada en Cuba, que había inaugurado la radiodifusión en 1922. Sin embargo, los locutores dominicanos de la época eran excelentes y muchos de ellos promovían una bohemia estrechamente vinculada a la poesía y la música.

Desde 1927, cuando surgió HIZ, propiedad de Frank Hatton, hasta el establecimiento de la publicitaria de Bruno Veram, la comunicación comercial dominicana -y con ella todo tipo de anuncios para informar la existencia de bienes y servicios en el mercado- tuvo una procedencia estrechamente vinculada a la radiodifusión (incluyendo a Peguero Hijo y Homero León Díaz), repitiéndose las creaciones apoyadas en sonoros gimmicks y dibujos atractivos; todo revoloteando en fusión encantadora para penetrar la mente del consumidor nacional.


El ingreso de la televisión al país, en 1952, marcó un poderoso hito en nuestra publicidad, tal como lo había patentado en la norteamericana en los años cuarenta. Ese hito, desde luego, no se arraigaba en la calidad plurisintáctica del mensaje, que ya el cine había asimilado a partir del sonido óptico -a finales de los años veinte-, sino porque introducía el fenómeno audiovisual en los hogares, acostumbrados a lecturas multidescriptivas donde los referentes dispersos (a priori) lograban equilibrar los mensajes.

La televisión abría las compuertas al desarrollo de códigos visuales que se apoyaban en la propia experiencia cinematográfica, estableciendo así una extraordinaria autonomía que se convirtió en una obligada referencia; sobre todo, a la hora de decidir compras y conductas.

La televisión, así, fue un paradigma de la comunicación comercial masiva, convirtiéndose -tras la caída de la dictadura- en testigo protagónico del surgimiento de agencias publicitarias con departamentos especializados en investigación, creatividad, cuentas y medios; así como el asentamiento de agencias publicitarias extranjeras: West Indies Advertising, Badillo (asociada con Alfredo Bergés), Young and Rubicam (asociada a Damaris Defilló), y otras.